El crédito que se gana Nueva Venecia.
Gumercinda Parejo se levantó como de costumbre a las 3 de la mañana para despachar a sus hijos pescadores y esperar cuatro horas después en el centro comunal de Nueva Venecia, corregimiento palafito de Sitionuevo, Magdalena, la visita que le anunciaron a todos los habitantes. Una brigada avisaba el desembarco de unos asesores financieros que atenderán a nativos con aspiraciones de crecer en sus micronegocios y actividades de supervivencia.
Desde las 7:28 de la mañana partieron del muelle de Sabanagrande y rumbo a Sitionuevo, José y Sócrates, dos empleados del banco Agrario, el director de la Umata de Sitionuevo, Breiner Suárez junto a Ramiro Manjárrez. Este arquitecto, director de la asociación Agroribera y gestor de brigadas para acercar la banca a comunidades vulnerables en el Atlántico y Magdalena, dio la orden y subieron a un bote de techo rojo, 200 caballos que se llena con 23 galones de gasolina y 150 mil pesos. El experimentado navegante de apellido Gamero conducía y contó que solo hace un año tenía el control de esa embarcación. Las otras había sido el segundo al mando.
La travesía de occidente a oriente del río Magdalena terminó en el muelle de Sitionuevo a las 7:35 am., y de inmediato el recorrido de los visitantes continuó con la subida a tres motocarros, que entraron a las limitadas calles pavimentadas de Sitionuevo y por un camino destapado, paralelo al río y sin animales en la vía. Los olores fugaces de boñiga y el trinar de aves nativas acompañaron el trayecto hasta llegar al canal Aguas Negras.
Un recorrido de más de 3 kilómetros y por un costo de $3.000 pesos por pasajero.
Breiner Suárez explicó que el canal es una prueba que no fue la mejor decisión. Su apertura y la ausencia de dragado acumulan material orgánico, la batata y desechos del gran afluente que entran por este brazo hacia la Ciénaga Grande.
A las 8:07 de la mañana salió el bote con once personas y por un canal de unos 11 kilómetros y un viaje que se vio detenid0 por el impulso de la corriente que arrastra todo el material natural.
Suárez indicó un puente elevado, artesanal y abandonado sobre el canal: el Tascosero. Dijo que permanece un siglo después.
Temístocles, líder en Nueva Venecia y con una experticia para guiar los botes por más de 26 años, apagaba el motor ante la velocidad de la corriente y la maleza verde flotando. Este nieto de una docente y lectora de los clásicos griegos, transporta nativos y visitantes con sombrero de ala ancha blanco y sin miedo se lanzó al agua a “mojarse hasta las pelotas”, como le dijo Manjarrez, para empujar desde la proa la embarcación por un atascamiento antes de entrar a la Ciénaga.
Uno de los pasajeros bajo el plástico azul de la carpa del bote, gritó al conductor del bote:
—¡Cuidado que se pega en el botín del motor!
Otro advirtió:
—No lo dejes coger a fuera. Desacelera pa’ evita la taruya.
—Temístocles usted es el experto —agregó Ramiro.
Temísclotes entró al agua, el pantalón café doblado hasta los tobillos y descalzo para empujar el bote y sacarlo del banco de arena. El palo de dos metros, que hacía de palanca, no era suficiente para desencallarlo.
—Hagamos las cosas grandes, pero con amor como decía mi abuela —dijo Temístocles.
A las 9:25 de la mañana el bote entró a la majestuosidad de la Ciénaga Grande y su agua turbia con un horizonte de mangles. Lo primero que se avistó fue una casa verde, sin paredes y con piso. La construcción es la que concentra los desechos sólidos de Nueva Venecia, que apareció con sus habitantes.
La primera casa que pasó frente a la canoa con los visitantes fue una de fachada azul turquí, el escudo del Junior de Barranquilla pintado con línea blanca, cerca de un marco de puerta destruido, un niño vigilando un fogón humeante y una silla blanca plástica con dos patas apoyadas en la entrada de una letrina con paredes.
A las 9:35 de la mañana, el bote llegó al frente de la puerta de la única iglesia católica, al lado de la cancha que donó el futbolista Falcao García.
Los asesores del banco bajaron y acondicionaron la logística con un perifoneo en canoa para invitar al centro comunal. Las tres mesas y las decenas de sillas abrieron la brigada que tenía la expectativa de atender más de 70 personas.
Gumercinda estaba lista. Llegó vestida con un traje de tela blanca y dibujos negros. La mujer de 56 años y con 15 hijos paridos, entregó detalle de su actividad económica y producción familiar. Admite que no sabe leer, pero sí escribir su nombre y cuánto genera su negocio al final de cada tarde: 1,5 millones de pesos en promedio por la comercialización de lisa seca.
Este pescado de mínimas espinas, de 19 centímetros, carne color diente de león, se abre al sol como las prendas de vestir colgantes y tiradas sobre los troncos cortados y atados son el piso dentro y fuera de las más de 432 viviendas en Nueva Venecia.
Estas edificaciones artesanales, con frente de todos los colores, brillantes y tenues, puertas y ventanas abiertas, muestran de lo que viven. Si hay gallinas o cerdos, el relleno de tierra gris bordeado de palos indicará la porqueriza o el corral doméstico. Si es comercio, las paredes anunciarán el nombre de la tienda (hay más de 20), panadería (5), droguería (tres), y billar (más de 10). Y si es por la pesca, el visitante verá la atarrayada colgada, enredadas o envueltas en su exterior y la canoa atracada en el pequeño muelle rústicos.
Gumercinda cuenta que sus tres hijos montados en dos embarcaciones a motor parten a la inmensidad de la Ciénaga Grande desde la noche anterior y regresan al día siguiente. De lunes a viernes hay jornadas tan extenuantes que necesitan también la fuerza y experiencia de Eliécer Garizábalo, con 65 años de edad, vigilante del centro comunal de Nueva Venecia y marido de Gumercinda.
La familia Garizábalo Parejo tiene tres embarcaciones y dos con motores. Mi hermano y yo, como se lee en el casco cerca de la comisura de la proa, es la que se ha quedado amarrada este martes nublado y de cielo algodonado. En las otras dos canoas, los pescadores llevan la sal marina, que compran a Litubina Meléndez, una proveedora en los palafitos. El costo de cada bulto es de 13.000 pesos, y el valor de la sal en el proceso de comercialización de la lisa toma su peso por los cuatro bultos que se necesitan para disponer 100 lisas o “10 contadas”.
Litubina es hermana de Temístocles y es uno de los eslabones bordados de la comunidad para tejer y generar ingresos entre los más de 3 mil habitantes de Nueva Venecia.
No habrá faena en la Ciénaga y de otras pequeñas si los pescadores no llevan qué comer, porque habrá días en los que tendrán que salir antes de la luz del alba y será el desayuno el que tendrán que llevar preparado.
Los hijos de Gumercinda subieron esta vez un par de libras de arroz para preparar en una pequeña cenefa un complemento del almuerzo y agregar de proteína un bocado de la pesca.
La madre espera el producido con sus dos hijas, la nuera y dos nietos en esta casa de más de cuatro metros de fachada y tres metros de fondo. Allí la sala tiene un televisor, un congelador familiar, una lavadora, dos canastas con lisas secas sin vender, dos mecedoras, y un comedor forrado en plástico con sábanas húmedas en los espaldares de cinco sillas.
Un trofeo es el centro de mesa. María Jesús, la quinceañera e hija menor, sonríe para señalar que el trofeo es su pasión por el fútbol que juega en la otra cancha, la de la comunidad.
Gumercinda completa 26 años de comercializar lisa y otros pescados que, como primer requisito es acordar un precio al recibirlos en casa. Sus tres hijos no son mayores de 32 años, el último tiene 20 años, no terminaron el bachillerato, y pactaron un precio con su madre de $200 por cada lisa. Si hay buena pesca podrán mandar 3 cargas a Ciénaga, Magdalena, destino principal, y cuyo envío representa unos 2 millones de pesos.
Sacar de Nueva Venecia en bote una carga de lisa hacia Ciénaga cuesta 6.000 pesos por bulto. En los mejores días ha vendido hasta 6 millones de pesos, y este martes la aspiración es ingresar 1,8 millones de pesos.
—Vivimos bien, ya uno está acostumbrado a esto —dice Gumercinda en el centro comunal, mientras María Jesús se acerca en una canoa de pie, con un palo que hunde en estribor y babor. El silencio de la mañana permite escuchar que el cantante del Binomio de Oro, canta el verso: luna clara…
—Hay viene la bordona ¿Cuántas lisas vendieron? —pregunta a su hija.
La niña vestida con una camisa manga larga de jean tuerce y una sudadera larga tuerce el gesto y encoge sus hombros.
Gumercinda Parejo quiere saber si podrá tener un crédito con el banco. Las arrugas en el músculo orbicular de los ojos son profundas como el que le pone la cara al sol todo el día.
—¿Cuánto me podrán prestar? se pregunta después que el asesor preguntó el número de la cédula y le explicó qué necesita para acceder a un crédito.
Los requisitos, según indicó el asesor, es empezar una vida crediticia. Si la tiene, los asesores miraran el puntaje de su puntualidad en el pago de esas obligaciones adquiridas. Son términos que están aún del manejo de esta comunidad.
Pero Gumercinda aprendió que para que su crédito sea aprobado tiene que ser transparente con sus deudas y lo que tiene como valor.
—Siempre hay que decir la verdad.
Sus cuentas y activos se elevan a inversiones por 8 millones de un bote con motor uno de 15 caballos de fuerza y otro de 40 caballos, y una venta que hizo de una canoa de madera en un millón de pesos, después de pagar 4 millones de pesos.
—Quiero que me presten unos 3 millones de pesos.
Ramiro Manjárrez, director de la asociación Agroribera y gestor de brigadas para acercar la banca a comunidades vulnerables en el Atlántico y Magdalena, insiste en buscar “victorias tempranas”, un eslogan que quiere visibilizar con exitosos casos de comunidades sin las mejores condiciones sociales y que pueden aumentar sus ingresos. “Gumercinda es una mujer valiosa, que con su emprendimiento resalta el esfuerzo de su familia y la comunidad”.
Una propuesta: turismo por la pesca
Los habitantes de Nueva Venecia tienen que preguntarse si la pesca será siempre la razón de supervivencia. Es el principal generador de ingresos. Todo está sobre el agua y lo que se saque del fondo ¿alcanzará para vivir a las próximas generaciones?
En el siglo XXI, sus nativos cuidan con celo la aparición de nuevas construcciones que solo con el consenso de todos y las autoridades se levantan. Una casa con panel solar, acabados en techo y madera atraen como un anzuelo. Es el ejemplo del control del levantamiento de las viviendas por sus habitantes
¿De quién esa vivienda que tiene dos tanques de agua de 500 litros afuera? Es de un docente de una universidad reconocida de Bogotá. “Solo puede ser habitada por él”, advierte en la comunidad. “No puede alquilarla”.
La sedimentación, maleza, batatas y desechos que arrastra el río Magdalena es una amenaza para las especies acuáticas de la Ciénaga.
“La debacle de la pesca no es permanente porque hay suficiente agua. Con la contaminación, el rompimiento de caños y la mortandad de peces no podemos depender de la pesca. Si hay una forma de salir con otro trabajo es para poder vivir mejor”, dice César Rodríguez, constructor de botes, emprendedor con un hostal y líder de la comunidad.
La comunidad lo ha intentado con proyectos asociativos, crianzas de gallinas, patos, cerdos, cultivos de peces con la participación de mujeres y amas de casa. Fuerzas no han faltado, admite Rodríguez.
—Ha faltado más apoyo del Estado —agrega.
César nació en Sitionuevo en 1968 y su familia lo crío en Nueva Venecia de donde salió hace 21 años por amenazas y el asesinato de su hermano, también constructor de canoas. Los grupos violentos del conflicto colombiano lo desterraron a Soledad, Atlántico, el municipio más habitado por metro cuadrado en Colombia, y de donde regresó porque vivía en un barrio de invasión y sin servicios públicos.
Cuando habla de ese pasado, baja la voz en el centro comunal. “Nos involucraron”, dice Rodríguez sobre el hostigamiento de un grupo de autodefensas al mando de Rodrigo Tovar, alias Jorge 40 que incursionó en la madrugada del 22 de noviembre de 2000 y asesinó a 37 personas, 26 sobre las aguas de la Ciénaga.
—Soy representante de la Asociación de Víctimas de Nueva Venecia. Queremos estar aquí. Nos fuimos a Barranquilla, a Soledad y no pudimos adaptarnos.
Pero en Barranquilla sí se adaptaron sus dos hijos mayores. Es otra generación.
—No hemos sido reconocidos como víctimas. Nos han traído una ambulancia, mejoraron el puesto de salud y esperamos que se reconozca que somos víctimas.
César Rodríguez se resiste a contemplar el paisaje de la Ciénaga sin ponerle su color.
Su vínculo a vivir sobre el agua a no tocar tierra es como el cordón umbilical de la madre. “Me gusta la tranquilidad de Nueva Venecia, no hay contaminación auditiva y siento la necesidad de trabajar la gente”.
El día que empezó a construir su hostal, hoy cuenta con cinco habitaciones sin acabados, tres en el segundo piso (la única vivienda con esa altura), enterró las bases a unos seis metros de profundidad del nivel del agua. Veinte años después señala que hay menos de dos metros.
—Nos hemos dado cuenta que la pesca no puede ser la principal actividad de Nueva Venecia. Si surgimos con el turismo dejamos la pesca.
El patio del hostal tiene cemento y relleno compacto, mide 8 metros de ancho por 12 de fondo. Construyó una poza séptica y en el lugar para construir un bote en madera y fibra está techado. El espacio ha sido sede de encuentros sociales y el más reciente aún conserva ocho meses después la decoración de papeles amarillos, azul, verde y rojo del Carnaval 2021.
En una esquina del patio, cerca de dos baños, hay basura acumulada con botellas de vidrio vacías de cerveza importada, que esperan su recogida y disposición una vez por semana.
Sobre las adecuaciones del hostal señala que tiene un sistema de poza séptica en el patio y está adecuando las paredes de cuartos con materiales amigables.
Su interés es de lograr el crédito en especial para el uso del transporte de turistas y adecuarlo al bote en construcción.
—Busco 2 millones de pesos para comprar un motor fuera de bordo —dice.
El origen, el encanto, la historia, el patrimonio y hasta el dolor de Nueva Venecia ha inspirado a César Rodríguez, junto a ocho familias, a consolidar los palafitos como destino. Desde hace tres años creó la empresa operadora de servicios de turismo, Paraíso Veneciano Tour que tiene una página web, el impulso de uno que otro bloguero, guías de turismo del país que está atrayendo visitantes.
César Rodríguez dice que está en contra de la práctica turística abierta y sin control de extranjeros “que no dejan nada”. Hace un par de semanas recibió y atendió a unos alemanes y unos guajiros que pescaron, navegaron, conocieron la tradición de la danza de negro y escucharon las historias de Nueva Venecia.
Con un paquete de grupo de tres personas por valor de $331.000 por turista será transportado desde Tasajera, corregimiento comercializador de pescado en Ciénaga, movilizar en canoa en Nueva Venecia, hospedado un día en el hostal de César y sumergirse en la comunidad con las tradiciones culturales y gastronómica.
El relato para vivir la experiencia en el pueblo palafito está construido desde el que se dice fue el fundador, un ex combatiente de la Guerra de Corea, que no dejó herederos, y de colonos de Malambo, Atlántico, que construyeron casas sin paredes sobre el agua en Troja de Zorrilla, Troja de Cherle (occidente de la Ciénaga Grande), Troja de Galvis, apellido del que se estableció allí en el sur occidente, y los fundadores en cabeza del militar Rafael en el centro del cuerpo de agua hace más un siglo.
Rodríguez tiene a su sobrina Wendy González, una futura psicóloga, que aspira a prestar al banco para continuar sus estudios de psicología en Barranquilla y reciba a distancia desde su teléfono móvil. Es la consecuencia de la pandemia por la Covid—19 y según los habitantes nadie ha reportado casos de contagio.
-Eso se debe a que consumimos mucho pescado -dice Giovanni, exinspector del corregimiento.
—¿Será? —pregunta un visitante.
—Tengo una hermana que a su esposo le dio y a ella no. Y mi hermana permanece aquí.
Litubina escuchó al asesor del banco y terminó para regresar a su casa. Le ha pedido a Giovanni que la lleve en su canoa. La brisa trae la melodía de un vallenato romántico de Diomedes Díaz.
—No la había visto comadre. Yo estaba fregao.
—¿Y eso?
—Me dio taquicardia, ya puedo mover la pierna derecha. No la podía ni ‘mové’.
A la mujer emprendedora, de Nueva Venecia, como Elci Rodríguez lo que se le promete se debe cumplir.
—Hace un mes vinieron a ofrecernos los créditos. Nos dieron unos teléfonos, llamamos y no respondieron.
El reclamo fue gritado en medio del perifoneo para invitar a los habitantes al centro de eventos. Y antes de las dos de la tarde, Sócrates visitó a Elcy Rodríguez en su casa, vecina del hostal de César Rodríguez. A 20 metros está la panadería Wendy con el eslogan: donde se robaron al panadero.
El asesor se comprometió que al día siguiente en Sitionuevo, entraría al sistema y respondería que tendría que hacer para iniciar el trámite del crédito de Elcy, hermana de César y madre de Wendy González.
Nueva Venecia hace parte de la Ruta Macondo, precisa Wendy González, y agrega que es la historia y obra de Gabriel García Márquez insertada en la Ruta de la red de Nueva Venecia, porque el interés primordial es cómo se vive sobre el agua.
En la realidad mágica del Caribe, las casas palafitos cuentan una historia. A pesar que la iglesia católica permanece cerrada a la espera de un sacerdote nombrado y no apagan dos lámparas encendidas, en Nueva Venecia hay más uniones libres y escapados furtivos que celebración de matrimonios.
Wendy González cuenta que la Ruta de la red narra a los visitantes casos demostrados sobre esas uniones familiares por escapismo: el hombre o la mujer “se salió” de su casa sin el consentimiento de los padres, evoca un nacido en el Piñón, Magdalena en 1945.
La panadería Wendy experimento “se salió” con el panadero. Lorena, habitante del corregimiento tenía una relación con el que amasaba la harina y preparaba las delicias horneadas. Un oficio costoso para el que lo abre al público allí. Un cilindro de gas propano cuesta 68 mil pesos llevarlo a Nueva Venecia y durará de acuerdo a la intensidad, preparación, cantidad de panes y otros insumos.
Sosteniendo su relación con el panadero, Lorena acordó la fuga con su amado sin avisarle a nadie ni a las propietarias de la panadería. La pareja ahora es competencia y montaron el negocio en una vivienda palafito.
La tradición cuenta que también había una pareja de jóvenes que tenían una relación, y un día de semana, al final de la salida del colegio, la joven aceptó ser transportada escondida en un tanque grande sobre una canoa.
Ella “se salió” y se consumó con el paseo por el corregimiento. Al pasar por la puerta de la casa donde vivía la madre de la joven, el pretendiente pasó y saludó:
—¡Adiós suegra!
—Adioooos —le respondieron
La mano levantada del navegante y la respuesta de la suegra engañada, sentada en la puerta de la casa, fueron los ademanes del engaño. La madre inocente ni imaginó que en ese tanque grande azul, de tapa negra para la basura, estaba metida y escondida su hijos. Días después el pueblo contó:
—Petra se salió con Pedro y la familia de los dos tiene queso.
Wendy González agrega, sin poner duda a las dos relatos, que la decisión se respeta, aunque a veces una que otra madre osada va al rescate de la hija y se devuelve a casa con su hija montada en la canoa.