Un Alcalde y unos concejales en Cartagena que dan pena y… la corrupción sigue campante

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Eduardo Padilla Hernández

Presidente Asored Nacional de Veedurías.

Como dice el dicho: “La costumbre hace ley”. Siguiendo este esquema, se trata de algo que ya es normal en el país, pues los colombianos estamos acostumbrados a las peleas de grupos políticos, como si se tratara de verdaderos eventos deportivos. Y no es cuento; ya existe una gran fanaticada y hasta hay barras bravas donde cada fanático defiende al equipo de su predilección. Solo faltan las apuestas, aunque no se sabe si, de manera encubierta, habrá un cartel que se dedique a esa actividad, que en este Macondo mágico no es de extrañar que termine por ser un negocio legalizado.

Con todo este preámbulo doy inicio a la transmisión de la contienda entre los Concejales de Cartagena de Indias y la alcaldía de la ciudad amurallada.

Así va el primer tiempo de este interesante partido. El público grita arengas a favor del alcalde William Dau.

Barra del alcalde:

“Corruptos en Cartagena se robaron $100 mil millones de la salud, pero la Procuraduría investigará al alcalde por decirles hijueputas”: Luis Fernando Mass.

Barra del Concejo:

“Tres contratos hechos por el alcalde carecen de legalidad”: Veeduría social.

Barra del alcalde:

“¿Por qué no le hicieron veeduría a Vélez por la venta de edificio donde funcionó el asilo San Pedro Claver, ni a Pedrito Pereira por todos los contratos que firmó? Pero ahora sí le hacen veeduría a Dau, porque no les ha dado OPS (Prestación de Servicios Onerosos)”: Ludys Acendra.

El alcalde William Dau dio “papaya” para que desvíen la investigación, porque en lugar de reunir documentos e ir en silencio a la Procuraduría, para enfrentar la problemática que acontece en Cartagena relacionada con la corrupción que él quiere combatir, el mandatario lo que hizo fue mostrar una precaria capacidad para expresar sus ideas relacionadas con ese espinoso tema.

Los concejales, ni cortos ni perezosos, aprovecharon esa debilidad para irse lanza en ristre contra el burgomaestre de la ciudad Heroica.

Se trata de una pelea de tigres con burro amarrado, o como los muchachos traviesos que ven pasar al loco del pueblo y le tiran piedras para sacarlo de quicio. Luego los chicos salen corriendo y el loquito corre furioso detrás de ellos. Esto quiere decir que los concejales, deliberadamente, presionaron al alcalde para que se enfureciera, y él de la manera más ingenua cayó en la trampa. Así es de lamentable lo que está ocurriendo en Cartagena.

Cada persona es única e irrepetible. No se puede juzgar a todos por igual. Algunos concejales tendrán una brillante hoja de vida. Y uno que otro, ojalá ninguno, pudieran tener un prontuario. Es deber del alcalde Dau respetar a todos los concejales, porque ellos ocupan un cargo público y están revestidos de un voto que les otorgó una curul; aunque algunos son correctos y otros quizás fueron catapultados presuntamente mediante una farsa electoral.

La persona que está revestida como primera autoridad del Distrito de Cartagena debe poseer toda la habilidad intelectual y administrativa para enfrentar, con inteligencia emocional, todas las vicisitudes que puedan acontecer durante su gestión.

El hecho de que la sociedad civil de Cartagena escuche escarnios, en una sesión transmitida por las redes sociales, en la voz de su primer mandatario, es lamentable; sin importar si esos escarnios los merecen o no los concejales.

El alcalde William Dau no midió las consecuencias de sus palabras, y como resultado, a raíz de todo este acontecimiento bochornoso, es inminente el maremágnum de demandas con las cuales lo van a aplastar los concejales de Cartagena, que no en balde poseen, en estas lides, una larga experiencia, no sólo legislativa, sino también en palabras de grueso calibre, tal como lo muestran algunos videos que circulan en las redes sociales.

Lo que sucede en Cartagena se parece a la canción de Farid Ortiz: Al alcalde “se le fueron las luces”, y los concejales “le bailaron el indio”; porque ahora lo que le puede pasar a mandatario es que lo pueden suspender por tres meses con prórroga a tres meses más. Mientras tanto, los ratones se quedan felices cuidando el queso.

Y la sociedad civil sigue sufriendo las consecuencias de la batalla por el poder y por el amor al dinero, donde la élite elegida por el pueblo es cada día más rica, y ese mismo pueblo, que es el contribuyente que paga los sueldos de alcaldes y concejales, es cada día más pobre.

Esta es la gran paradoja de la democracia. Es algo tan absurdo que causa indignación. El pueblo ignora lo poderoso que es; porque es soberano, pero no lo sabe. El día que se entere, se voltea el embudo.

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Eduardo Padilla Hernández
Eduardo Padilla Hernández

Abogado, Columnista y Presidente Asored Nacional de Veedurías


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