Por Bernardo Henao Jaramillo
El reciente triunfo, aún no reconocido por Jair Bolsonaro, de Luiz Inacio Lula Da Silva en las elecciones de Brasil añadió uno más a la ya copiosa lista de gobernantes latinoamericanos que expresan ser de izquierda. En Suramérica quedan solamente tres países, Ecuador, Uruguay y Paraguay, con presidentes no situados a la izquierda del espectro político. Y en el resto del subcontinente hablamos de una izquierda extrema y radicalizada. Lula fue condenado en más de una oportunidad, entre otras, por corrupción y si bien dichas sanciones fueron anuladas por defectos procesales, es lo cierto que no ha sido absuelto, máxime cuando el Supremo Tribunal Federal de Brasil dispuso “reiniciar los casos”. Ahora es elegido presidente y se disputará el liderazgo regional con Gustavo Petro, antiguo guerrillero del salvaje movimiento M19, quien también ha tenido serios y fundados cuestionamientos sobre su integridad y transparencia, a más de haber estado en la cárcel por delito no político. No es casualidad. Al día de hoy la izquierda se caracteriza por reunir, aglutinar, a personajes oscuros, muy cuestionados y hasta podríamos decir siniestros. Lo increíble es que una gran parte de la población considere que pueden ser sus líderes.
No se queda atrás el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. Múltiples acusaciones llueven sobre este gobernante y su círculo más cercano y se conoce que allí se violan permanentemente los derechos humanos más elementales. También en Argentina hay problemas. Allí gobierna, en la práctica, la vicepresidenta Cristina Kirchner quien está involucrada en varios casos de corrupción y ha pretendido borrar el escándalo prefabricando un burdo «atentado» en su contra. Entre tanto la inflación no da tregua. Y en cuanto a Bolivia el presidente actual es Luis Arce, del partido Mas, pero quien realmente gobierna es el indígena Evo Morales, muy cuestionado por corrupción y maltrato a la mujer, entre otros temas.
Pedro Castillo, presidente de Perú, es un profesor y sindicalista, sin ninguna experiencia política. Era completamente desconocido hasta que se hizo con la presidencia de carambola, y como en los demás casos de los países mencionados por un reducido margen que ha dado píe para cuestionar la legitimidad de las elecciones. Se le reprocha cercanía con grupos al margen de la ley. Hoy la fiscalía le ha formulado serias acusaciones en el sentido de haber creado una organización criminal al interior del Estado. Y el pasado septiembre Juan Carlos Lizarzaburu presentó una moción para la creación de una comisión investigadora de los presuntos nexos de Castillo con Sendero Luminoso.
En Chile encontramos a Gabriel Boric, elegido en 2021 gracias al apoyo del movimiento juvenil y a la elevada abstención. Hoy, después de haber sido derrotado en las urnas el proyecto de Constitución, pareciera que ha entrado en razón. Ha convocado a un diálogo nacional para retomar un «itinerario constituyente» con participación de todos los sectores civiles y políticos. Padece desde muy joven un serio trastorno obsesivo compulsivo o TOC por lo que se creía que no podría asumir la presidencia. En ocasiones saluda a personajes invisibles.
Y ese oscuro panorama se extiende a otras latitudes. Ejemplo de ello es Daniel Ortega, presidente irregular de Nicaragua donde su reelección ha tenido serias y fundadas objeciones, más aún cuando “bloquea” a la oposición. Todos los que se atrevieron a enfrentarle en el último debate electoral fueron encarcelados. Ortega nombró vicepresidenta a su esposa Rosario Murillo, personaje sui géneris, si los hay, y recientemente lanzó una feroz campaña contra la Iglesia Católica nicaragüense. Muchas iglesias fueron destruidas e incendiadas, las imágenes y los objetos del culto fueron sacados a las calles, los religiosos y los fieles fueron atacados y se llegó hasta el secuestro del obispo de Matagalpa, monseñor Álvarez Lagos.
También, en sentido negativo, resulta destacada la figura del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, conocido como Amlo, fundador del partido Morena. En ese país desafortunadamente campean la violencia, el homicidio, el secuestro, el narcotráfico, la desaparición forzada. Las cifras al respecto son aterradoras. Y el presidente toma las decisiones más absurdas como interrumpir, por motivos caprichosos, la construcción de un aeropuerto, o liberar a un narcotraficante que acababa de ser apresado, o llevar adelante contra viento y marea el megaproyecto o «elefante blanco» llamado Tren Maya, que acumula objeciones, y mil arbitrariedades más. Con el perdón del célebre Cantinflas se le suele comparar con éste porque con frecuencia habla, y mucho, pero no dice realmente nada.
Todos estos líderes son integrantes del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla. El Foro, creado por Fidel Castro con ayuda de Lula, quien fue su vocero, promueve el socialismo «progresista» que no es otra cosa que una versión remozada y camuflada del comunismo, que tanto daño le ha causado a la humanidad.
Al vestirse de rojo el subcontinente se modifica la estructura geopolítica de la región, hasta ahora con gran influencia estadounidense. Entran a competir fuertemente chinos y rusos, quienes parecen están desplazando a los norteamericanos. Por ello es muy comprensible la dura crítica del portavoz del Departamento de Estado al encuentro reciente de Petro – Maduro, recordando al primero que debe trabajar con sus socios para promover un continente «democrático y próspero», a más de enfatizar que hay que exigir rendición de cuentas a los gobiernos que han roto las normas democráticas, como es el caso del régimen tiránico de Maduro en Venezuela.
Pese a ese justo reclamo creemos que la suerte de Colombia está echada. En sus cien primeros días de gobierno, de acuerdo al balance efectuado, las relaciones con el país del norte no se sienten transitar por caminos de entendimiento. La marcada tendencia de Petro lo acercará a nuevos aliados políticos y a otros de sus antiguas andanzas. La devolución de Monómeros al régimen opresor del tirano Maduro es una demostración de lo que quiere el gobierno. Los estudiosos de la guerra cultural impulsada por el foro de Sao Paulo entienden que es necesario llegar a la pauperización para dominar a sus gobernados y de contera atornillarse al poder. Una vez ganadas las elecciones empieza la estrategia en esa dirección y varios de los jefes de estado arriba mencionado son claro ejemplo de ello, sin que, en cambio, se encuentre un modelo socialista, progresista, que haya logrado el bienestar de su pueblo, todos han terminado mal y muy mal.
Columnista de Opinión