Hace 40 años, la noche del 13 de noviembre de 1985, el volcán Nevado del Ruiz, ubicado en el departamento del Tolima (Colombia), entró en erupción después de casi siete décadas de inactividad.
El municipio tolimense de Armero, un centro agrícola pujante, fue escenario de una catástrofe anunciada. El cráter del Ruiz liberó flujos piroclásticos y calor que derritieron glaciares del volcán, lo que generó cientos de millones de toneladas de lodo, rocas, ceniza y escombros —los llamados “lahares”— que descendieron por las laderas a velocidades superiores a los 60 km/h.
Ese flujo de matarial caliente siguió el cauce del río Azufrado, que bordea el citado volcán, que se unió con el río Lagunilla, y se formó una avalancha que arrasó completamente el municipio de Armero, que estaba a unos 48 kilómetros del cráter del Ruiz.
A eso de las 21:00 hora local, el aviso lde emergencia por avalancha legó demasiado tarde en Armero. Las sirenas se encontraban fuera de servicio en esos momentos, la comunicación era precaria y las autoridades no lograron evacuar a tiempo la población. La corriente llena de piedras, lodo, troncos secos, árboles y material volcánico golpeó Armero y poblaciones vecinas, prácticamente borrando la ciudad del mapa.
El caso de Omaira Sánchez: símbolo de la tragedia
En medio del desastre, una adolescente de 13 años llamada Omaira Sánchez Garzón se convirtió en el rostro humano de la tragedia.
El hallazgo
Omaira fue encontrada por los equipos de rescate al día siguiente de la erupción. Quedó atrapada entre los restos de su casa, con el agua y el lodo hasta el cuello y sus piernas atrapadas por el concreto y los cuerpos de sus familiares.
Los socorristas intentaron liberarla, pero las condiciones eran extremas: el nivel del agua subía, no había maquinaria adecuada y cada movimiento podía ponerla en mayor peligro.
Durante casi tres días, Omaira permaneció consciente, hablando con los rescatistas, periodistas y médicos. A pesar del dolor, se mostró valiente, dulce y serena. Pedía agua, cantaba, y en varias ocasiones expresó que quería volver al colegio y reencontrarse con su madre, quien había sobrevivido en otra zona.
La lucha y la impotencia
Los rescatistas sabían que para sacarla con vida era necesario amputarle las piernas, pero no contaban con los equipos ni condiciones médicas estériles para hacerlo en el lugar.
Durante 60 horas, los intentos fueron inútiles. Le proporcionaron agua, oxígeno y palabras de aliento. La escena fue transmitida por los medios de comunicación del mundo entero, convirtiéndose en una imagen emblemática del dolor y la impotencia humana ante la tragedia.
Finalmente, la noche del 16 de noviembre de 1985, Omaira falleció por gangrena y agotamiento, tras tres días de lucha ininterrumpida. Su cuerpo fue sepultado bajo el lodo junto con miles de víctimas.
Símbolo de esperanza y denuncia
La historia de Omaira dio la vuelta al mundo. Su serenidad y su entereza frente a la muerte conmovieron a millones de personas. Se convirtió en símbolo de la negligencia estatal y de la fuerza del espíritu humano. Fotografías y grabaciones de aquellos días se convirtieron en documentos históricos que recordaron la necesidad de mejorar los sistemas de prevención y respuesta ante desastres naturales.

Se estima que entre 20.000 y 25.000 personas murieron en el municipio de Armero y sus alrededores.
Sobrevivientes hubo, pero el número exacto no está claro. Muchas personas resultaron heridas, desaparecidas o desplazadas.
La magnitud de la tragedia convirtió a Armero en símbolo de una desatención institucional ante los riesgos volcánicos. Los lahares no sólo destruyeron infraestructuras, sino familias enteras, comunidades agrícolas, viviendas y escuelas.
Qué lecciones deja la tragedia de Armero
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La falla en evacuar y comunicar de modo eficaz a la población vulneró gravemente el rescate.
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Desde entonces, Colombia reforzó sus sistemas de vigilancia volcánica y gestión del riesgo, inspirada por esta tragedia.
Hoy, la historia de Armeri es recorda por millones de colombianos.










