De niño solía escuchar este dicho popular: “hay que aspirar a Papa para llegar siquiera a sacristán”; o este otro también muy conocido: “del ahogado el sombrero”. He citado esos adagios como analogía para exigir el máximo castigo para los violadores de menores de edad, de mujeres, y para todo abusador que se ensañe con su alma monstruosa, con su sexo monstruoso en un ser humano vulnerable e indefenso: la pena de muerte. Como sé que en este país leguleyo, de doble moral y corrupto, la pena de muerte es una utopía, un absoluto imposible, a lo mejor los que administran y ejecutan la justicia nos dan un premio de consolación, y se le otorga a semejantes psicópatas la gracia inmerecida de la cadena perpetua, donde gozarán de seguridad, se llenarán la panza y engordarán a costillas de un Estado alcahuete, sin capacidad de control, incapaz de brindar seguridad y protección a los ciudadanos: sí, del ahogado el sombrero: quizás no obtengamos el “papado” de la pena capital, pero sí la “sacristía” de la cadena perpetua.
Hablo en nombre de la víctimas recientes, de las víctima del pasado, de las víctimas futuras, porque las habrá y por miles, mientras el Estado no se amarre los pantalones y cumpla con el sagrado mandato de la Constitución de proteger la vida… y qué más sagrado y bendito que la vida y la salud de un niño, qué más sagrado que las entrañas femeninas. Lo hago en mi propio nombre, como ex víctima, porque también fui abusado a edad temprana, sobrellevando un dolor solitario por dos décadas, donde tuve que reconstruir mi corporeidad, mi identidad, mi psiquis, mi afectividad, mi humanidad, etcétera, etcétera, etcétera. Tuve que readaptarme a la realidad y destruir el miedo a los demás, especialmente a los hombres adultos, a los desconocidos, tuve que llenarme de valor para llevar una vida sana en pareja. La sociedad, nuestra hipócrita sociedad no se alcanza a imaginar el enorme daño que un abusador sexual le genera a su víctima. Lo resumo en cuatro palabras: la asesina muchas veces. Les digo algo más, también a título personal: yo hubiera preferido la muerte a vivir lo que me tocó vivir. Pero me tocó vivirlo y quiero aprovechar mi vida para evitar la muerte de otras criaturas, quiero aprovechar lo que me resta de vida para darle vida y esperanza a los que alguna vez fueron matados por un violador, y dije bien cuando utilice el adjetivo matados, porque eso es lo que sucede definitivamente.
Ya escucho los gritos hipócritas de los “doctores” de doble moral, que como Caifás se rasgarán las vestiduras y exhibirán un pecho sin corazón; o los lamentos de los religiosos ultra ortodoxos, pero de escasa espiritualidad; desde ya presiento las demandas y berrinches de los defensores acérrimos y cositeros de los derechos humanos; las leguleyadas de los abogados defensores, y de aquellos que dictan jurisprudencia, videntes estudiados y académicos que no quieren ver lo que todos vemos, y que sabotean adrede su sentido común para no querer entender lo que casi todos entendemos. Los susodichos, en su mayoría, se compadecen del victimario, a quienes le dan todas las garantías, mientras que las víctimas además de abusadas, tendrán que cargar con el estigma de un asunto que nadie quiere ventilar, que a todo el mundo le hiede, de tal forma que parece ignominioso, vergonzoso e incluso obsceno que la víctima hable de su dolor, que exija un castigo mayor, para evitar así que otros pasen por el duro trance por el que ella pasa, y por el que estará pasando el resto de su vida.
No hablo desde el odio, yo perdoné a quien estropeó mi niñez, mi adolescencia y parte de la adultez, eso lo hice poco tiempo después de mi desgracia. Perdoné a un monstruo que violó a dos personas de mi entraña, dos de los seres que más amo en este mundo, supe quien fue, y aunque por algunos días sufrí un terrible dilema moral, decidí que mis manos siguieran limpias e inocentes, como sé que seguirán limpias e inocentes. Ya lo dije en otro artículo: “el perdón es la venganza de los buenos”. Pero el perdón no va en contravía de la justicia y de la reparación. El perdón no comulga con el olvido: perdonar es recordar y asimilar lo sucedido a la luz de un conocimiento superior, de un nivel de conciencia superior, y no como dice por ahí una frase estúpida: “perdonar es recordar sin dolor”. El dolor siempre existirá, pero uno lo elabora conforme al sano principio de la realidad, uno se acostumbra a él, como alguno se acostumbrará y aceptará la cicatriz que asocia con el dolor que sintió al recibir la puñalada: tal cual.
La pena de muerte no la ejecuta la víctima en nombre de la venganza, ni del odio y menos de la retaliación. La pena de muerte la ejecuta un Estado representado por unos jueces lúcidos, sensatos, centrados, estudiosos del caso y conforme a unos testigos, unas pruebas rigurosas, a veces científicas, que determinan con muy pocas probabilidades de error la culpa de una persona. Un violador es un desperfecto de la naturaleza, es un monstruo, una criatura abominable desde cualquier punto de vista y perspectiva, es un enfermo con un cuadro morboso de tal magnitud que su síndrome no tiene remedio, diría que es un caso perdido. Por ejemplo, si paga su condena por X años, saldrá a hacer lo mismo con las mismas criaturas desvalidas.
Nuestro país es un país enfermo. Difícilmente se encuentra otra nación con las aberraciones que aquí a diario acontecen, no las enumero porque todos las conocemos muy bien, a diario las vemos en los noticieros de la televisión, o las escuchamos en las noticias de la radio, o las leemos por la Internet: esto parece más un manicomio, una puta pesadilla dadaísta, un guion de película de terror escrito por Alfred Hitchcock. Hasta algunas eminencias, doctores que llaman, se atreven con morbo a salir en defensa de tales bestias humanas, y digo mal porque no se comportan ni como bestias ni como animales, los animales no son ni lo han sido ni serán jamás ilógicos, depravados e “irracionales”, como ciertos especímenes humanos que de humanos no tienen un pelo. Por ejemplo, un examigo psicólogo con no sé cuántas especializaciones a bordo, me sale con una perla de no te lo puedo creer, cuando discutíamos sobre un criminal sin nombre que había violado, torturado y asesinado a una bebé: “pobrecito, cómo se estará sintiendo de mal, de culpable, todo mundo señalándolo… y saber que si a esa niña ese sujeto no le hubiera hecho lo que le hizo, se lo habría hecho otro, a causa de la ley de correspondencia astral y espiritual, ése era su Karma, su destino, conforme a vidas pasadas”. Mundo al revés y loco, diría yo, y que joda tan absurdamente inimaginable. Ese día, por ese desafuero, perdí otro amigo, qué digo, no perdí nada.
A los moralistas in extremis, a los mojigatos afiliados a todas las formas de la mojigatería, a los objetores de conciencia, a los memos legalistas, a los que se acomodan fácilmente a las circunstancias que nunca han vivido ni sufrido, a los que se hacen de la vista gorda porque consideran que ese asunto no les compete, a los escrupulosos extractados de las cavernas medievales, a los cobardes que esconden la cabeza como el avestruz, a los puritanos y religiosos infectados de estulticia les planteo una pregunta y de inmediato les doy la respuesta: ¿se comete otra injusticia con quien ha cometido la mayor de las injusticias, o se genera dolor en quien ha provocado el mayor de los dolores imaginables, tanto en la víctima como en sus familiares y allegados? Elemental respuesta mi querido Watson: denle muerte digna a quien cubrió de oprobio y de ignominia a los demás, denle muerte indolora a quien provocó un inmenso dolor en quien fue violado y asesinado, o en quienes vivirán con un dolor inconmensurable a cuestas. Propícienle la dulce toma, la inyección letal con anestesia incluida, siéntenlo cómodamente en la silla eléctrica, o para que muera en un nirvana inmerecido prescríbanle una fórmula que combine el diazepam, la morfina, la heroína… y sanseacabó. Ah, se me olvidaba, y para que viaje hacia la nada con la conciencia tranquila, liviana, y el espíritu gozoso de quien a última hora se arrepiente y por ende se salva del fuego eterno o del denominado infierno, y se duerma el muy “pobrecito” con el pajazo mental del paraíso, llévenle pastor, chamán, exorcista, o un buen cura para que se confiese y comulgue con tamaña lengua execrable
Señores de la Rama Ejecutiva, Legislativa y Judicial: o ustedes hacen lo que deben hacer, o este país se les va por el abismo. Y respecto al tema del que vengo hablando: aquí sobran justicieros por mano propia, en este país se forman grupos siniestros en un abrir y cerrar de ojos. Yo no quiero eso, ni lo insinúo, no faltaba más, soy pacifista a morir, ustedes tampoco quieren que eso llegue a pasar, aunque bajo cuerda ha sucedido. Entonces amárrense, como dije arriba, los pantalones y hagan algo por los niños y las mujeres en situación vulnerable. Hagan al menos eso, porque ustedes son expertos en desproteger a los que deben defender, y en proteger a los que deberían encerrar.
Soy católico de nacimiento y crianza, creo en una Bondad Universal, en un Divino Arquitecto de lo que llamamos Universo, creo en el libre albedrío, pero soy en últimas un librepensador. No soy muy amigo de la religión ni de las religiones, y sí, en cambio de la espiritualidad. Es el momento propicio para que ateos y creyentes nos pongamos de acuerdo al menos en una cosa, por cuestión de ética, de salud pública, de principios, por lógica, por sentido común, por mínimo sentido humanitario: exijamos la pena de muerte, a ver si al menos los mal llamados “Padres de la Patria” protegen a sus hijos y al menos nos dan un “segundazo”, un premio de consolación pírrico llamado cadena perpetua para los malhadados susodichos. ¿Necesitan un asesor? Me les ofrezco, soy exseminarista, filósofo, teólogo, licenciado en letras, no soy abogado, pero muchos abogados saben que también sé de Derecho, pues les doy clases personalizadas. Además llevo 31 años estudiando la mente humana, la naturaleza humana, soy novelista. Tengo sustento ético, antropológico, filosófico, bíblico, teológico (a la luz de Tomás de Aquino, cuando habla del bien común), tengo sustento humanista y psiquiátrico. Tranquilos, señores incorruptos e incorruptibles, celosos guardianes del erario estatal: no voy a mamar de la teta pública, como diría Fernando Vallejo, no les cobro ni un carajo peso colombiano.
Ahí les dejo mi propuesta, en nombre de lo que más queremos: nuestros niños y niñas. Allá ustedes si dejan seguir rodando esa bola de nieve que cada vez toma más fuerza y se vuelve más gigantesca y más monstruosa. Legislen en favor de los inocentes: Si así lo hiciereis que Dios y la patria os premien, de no ser así, que El y ella os lo demanden.
Por Juan Mario Sánchez Cuervo.
*Escritor antioqueño, autor de las novelas La otra cara de la muerte (Fondo Editorial Eafit, 2012) y Como una melodía (Sílaba Editores, 2015).