Por: Daniel Emilio Mendoza.
Después del circo, de la fanfarria de Vodevil, del paneo incesante de las cámaras, de las caras largas y los golpes de pecho de tanto presentador farandulero; de las pancartas y plañidos de las asociaciones femeninas; de los gritos furiosos de los políticos indignados que clamaban justicia y exigían cadena perpetua: llegó el silencio monasterial. El huracán pasó y ahora las aguas se convirtieron en una quieta laguna. Yuliana Samboní, pasó de moda. De la niña violada, torturada y asesinada nadie habla, le bajó el raiting.
Al asesino lo enterraron con ella, con el recuerdo de lo que pudo haber hecho para que no lo agarrara la policía, con el recuerdo de cada uno de sus pasos mal dados, de sus torpezas, de sus abruptas ligerezas.
Que se arrepentía, dijo frente a la cámara cuando aceptó cargos en la audiencia. Y puede ser que sea verdad. Seguro que está arrepentido. Pero no de haberla violado ni matado. Un sociópata no se arrepiente de sus crímenes. Sus actuaciones están validadas por su deseo. Lo que a él le apetezca siempre va estar bien. Ni la ley ni la ética ni ningún tipo de consideración moral tuvo en cuenta Uribe Noguera cuando cometió el crimen. Es por eso que ahora, allá en su celda, después de leer la biblia, no debe estar pensando en lo que hizo, sino en cómo lo hizo. “¿Cómo fui a meterme a ese barrio en plena mañana y montarla al carro?” “Por la noche las cámaras no hubieran visto las placas…”, debe responderse cada vez que el recuerdo de aquella mañana planea por su mente. “¿Pude haber mandado por ella? ¿Encargar a alguien?” “Pude usar otra camioneta…”
Ese es el día entero de este hombre a quien no le hablan los guardias, lo filman mientras come y lo asolean una hora al día. Y así seguirá siendo hasta que el INPEC afloje, y de alguna forma Uribe Noguera logre estallarse la cabeza contra un muro para dejarnos a todos mamando, tras la impunidad que habrá de significar su suicidio.
Las preguntas del asesino no dejan de ser interesantes para un criminólogo. Me pregunto ¿Por qué Uribe Noguera hizo lo que hizo, de esa forma tan torpe en que lo hizo?
¿Por qué la Fiscalía no quiere llegar al fondo?- Le pregunté a uno de esos fiscales que no se conforman con leer los códigos.
- Daniel, es sencillo: porque en ese fondo hay pirañas.
Lo que yo me pregunté ya se lo han preguntado muchos en los Complejos Judiciales de Paloquemao: ¿Por qué Rafael Uribe Noguera se mete en la camioneta a las 9:00 a.m, a un barrio marginal y obliga a subir a la niña al vehículo, como si fuera el patrón de ese barrio plagado de proxenetas y jíbaros?
El homicida tenía los límites psicológicos desdibujados. Pero ¿Qué es lo que hace que los linderos geográficos se le hayan movido de la forma en que se le movieron? ¿Por qué tenía tanta confianza con el entorno?
En el fondo hay pirañas.
Uribe Noguera tenía que ser muy amigo de ese barrio, conocía a quienes administraban la delincuencia en el sector y no eran drogas lo que allí le proveían. No eran drogas porque su jíbaro lo visitó y algo le entregó: quedó registrado en las cámaras. Además, díganmelo a mí, que aunque me mantengo en penitente sobriedad desde hace catorce años, sí tengo amigos que necesitan de aquella gasolina caustica para rumbear hasta ver el sol desperezarse. Por esto, con pleno conocimiento de causa, les puedo asegurar que nadie, en el norte, hoy en día, sale nunca buscar a coca a ningún lado, los dealers son los domiciliarios más veloces, honestos y responsables que hay en Bogotá.
Por otra parte, el hecho de que haya entrado esa mañana y se hubiera cargado a la niña, no puede tenerse sino como la repetición de un comportamiento. Nadie ejecuta una acción de estas sino tiene definidos los linderos geográficos que lo permiten. ¿A alguien se le ocurre que hubiera hecho lo mismo con una niña del parque el Virrey? Rafael Uribe Noguera había sacado a varias niñas de ese, su barrio, el que controlaba a través de terceros… y las había llevado a ese mismo apartamento.
En el fondo hay pirañas.
La esquirla sociópata persigue a esa familia y se evidencia en el pasado de Francisco, que no tuvo reparo en dejar sin tierra a miles de campesinos, cuando diseñó y palanqueó la sustracción de baldíos desde los elegantes salones del Club el Nogal, siendo socio de Brigard Urrutia, la firma de abogados más importante del país. Los hechos traducen varias hipótesis, miremos el reloj, la hora de ingreso de los hermanos al apartamento y sobre todo la valoración del estado del cuerpo que deja ver algo incuestionable: lo más probable es que a la niña la hayan matado entre dos. La asfixia fue mecánica por estrangulamiento y por sofocación. Dos fueron las manos que le apretaron el cuello y otras dos las que le pusieron la almohada. Es muy difícil para una persona hacer las dos cosas al mismo tiempo. O la estrangula … o la sofoca.
Ahora, la embadurnada en aceite desde la cabeza a los pies es un rastro innegable de encubrimiento… ¿”Un fetiche de Rafael”? Dice la defensa del hermano, y aporta un mail de una ex. Ahora me pregunto: ¿Quién no le ha echado aceite a la novia? Pero… ¿de cocina? Que coincidencia: el que sirve para borrar las huellas en un cuerpo lívido. ¿Ya muerto? Ese secreto lo enseña hasta la facultad más pirata, al abogado que curse el par de semanas de ciencia forense criminalista que dictan en toda especialización de derecho penal. Hecho que se le olvidó al reconocido abogado penalista Juan David Riveros, que habló esa mañana varias veces con Francisco (hermano de Rafael) y que a W Radio le dijo un par de imprecisiones: Que un penalista no tiene porqué saber que el aceite de cocina borra las huellas en un cuerpo, (cuando dijo que hay que ser un forense experto en criminalística para asesorar a un cliente en como encubrir un crimen); y que con suma inocencia, siendo para él un consejo basado en la lógica, le recomendó a Francisco que llevara a su hermano a una clínica porque estaba muy borracho. ¿Quién recomienda eso? Si está jincho y algo empericado, uno le dice que se tome un caldo y lo deje reposar la rumba. Pero, además, ¿alguien se ha puesto a pensar por qué lo tratan de ingresar a la clínica Monserrat como enfermo psiquiátrico? ¿O es que cualquier mortal sabe que la inimputabilidad que se alega en un juicio, tiene como sustento el trastorno mental?
Yo entiendo que el doctor Riveros es conocido de nuestro Fiscal General, que se han referido negocios en el pasado, pero doctor Martínez, le recuerdo que los delitos los cometen también quienes determinan los hechos, en este caso, quienes les dicen a los autores materiales cómo cometerlos. ¿No vendrá siendo hora, honorable Fiscal Néstor Humberto, que el doctor Riveros le explique a un juez sus actuaciones?
Volvamos al aceite. La niña estaba juagada en aceite, la habían refregado de arriba abajo, hecho que demuestra que habían huellas que esconder. Eso es innegable. ¿Las huellas de quién? ¿De Rafael? ¿Y por qué? Si Rafael ya estaba envainado, si el hermano, la hermana, el abogado y la policía ya sabían que las calles tienen ojos que no se apagan y que lo habían filmado todo, desde que la trepó al carro hasta que la metió al apartamento. ¿Para qué el aceite en el cuerpo de la niña? ¿Para qué tapar las huellas de Rafael, si el mismo Francisco llamó a la policía y les dijo que Rafael era quien había matado a la niña?
Y yacía muerta la niña… Quisiera poder callar la pregunta que me revienta en la consciencia, la hipótesis que muchos manosean en el complejo judicial de la 30: ¿No pudo haber estado viva la niña cuando entró Francisco al apartamento? No será que al ver a su hermano frente a un niña tan viva como desnuda, temblando y encharcada en sangre por la violación, pensó en ese apellido, en su Gimnasio Moderno, en su prestigiosa oficina, en lo que le dirían sus amigos del Club el Nogal con los que jugaba squash, al ver hasta donde habían llegado esas ínfulas familiares… Y al pensar en todo esto… ¿A él también se le corrieron los linderos? ¿No pudo haber pensado que lo mejor era ayudar a matar a la menor, meterla al carro y enterrarla en un potrero? Y después de matarla llamó al abogado. El doctor Riveros le dijo que no se podía deshacer del cuerpo, advirtiéndole de las cámaras, que si movía a la menor todo quedaría registrado y fue entonces cuando le explicó como limpiarla para que nadie viera las huellas impresas en la piel. Sus huellas. Las de Francisco. El de los Baldíos. El socio de clubes. El chirriadísimo abogado de Brigard. Porque si solo fueran las huellas de Rafael las que hubieran pisado el cuerpo de la menor, no habría ninguna razón para haberlo lavado en aceite hasta hacerlo brillar.
En el fondo hay pirañas.
Y en ese edificio también, muchas, allí está aquello que nadie quiere ver, eso que quieren dejar bien quieto tras una sentencia que deje al pueblo satisfecho, pensando que se hizo justicia. ¿Qué habrá visto y oído ese apartamento mudo, al que nadie podrá interrogar jamás? Bajo el sombrero, sobre la ruana que lo ampara del frío de la noche, el portero son los ojos de todo edificio, el portero es quien todo lo sabe pues todo lo ve.
Y el portero del Equus 66 apareció muerto, días después, cuando ya la Fiscalía lo tenía en fila para declarar a sabiendas que sus palabras limpiarían el agua de arena. Apareció lívido, tan blanco como un pollo al que acaban de desplumar, bajo sus pies una piscina roja proveniente de sus venas. Murió dormido en el sopor de los antidepresivos, con cortes en sus tobillos, en las muñecas, en las ingles y en el cuello. Pareciera que además de portero en sus ratos libres tomara cursos de anatomía, porque en la drogada farmacológica en la que andaba, supo exactamente cómo tajarse él mismo los puntos de desangramiento. Realizó con destreza y delicadeza, el procedimiento necesario para cortar las mangueras precisas de su cuerpo por donde fluye la sangre a caudales. Por otra parte, en su entorno social no es común que la gente acuda a los antidepresivos cuando se deprimen. A punta de aguardiente y mariachis los pobres sanan las patadas morales que les da la vida.
El portero no tenía por qué suicidarse, nadie le estaba echando la culpa. Estaban las cámaras que no lo vieron entrar nunca al apartamento y ni siquiera está claro que él hubiera visto entrar a la niña, y si lo hubiera visto no tenía por qué haber denunciado nada. El hecho de que una niña entre al apartamento con un adulto, no es un crimen. Él no tenía por qué suponer algo. Él a la fiscalía le hubiera podido decir que sí, que la vio subiendo, que pensó que era una sobrina, que no vio nada raro y ya. ¿Cuántos porteros ven todos los días entrar adultos con menores a los apartamentos? Entonces, eso de que la presión por el proceso lo estaba matando como si el indiciado fuera él, no se soporta en una ecuación lógica.
No entiendo tampoco por qué la opinión pública se ha tragado este sapo que a mí en cambio me tiene tan rebotado. Al portero lo suicidaron. No me cabe la menor duda. Pero es que eso es lo obvio, lo que está en las fotos encharcadas en sangre, lo que la vista traduce.
Pero: ¿Qué lleva a alguien a encerrarse con el portero, drogarlo, obligarlo a escribir una nota de despedida, cortarle sus viaductos sanguíneos y esperar a que su cuerpo se desocupara? En eso es en lo que hay que detenerse. Uno tiene que ser muy importante para que le dediquen semejante ceremonia. Soltarle una ráfaga desde una moto hubiera sido más práctico, pero todos hubieran sabido que detrás de todo estaba la mano de alguien moviendo las marionetas.
El portero conocía a las pirañas y les había visto los dientes.
De ese barrio en el monte, cercano al edificio que cuidaba desde la portería Fernando Merchán, Rafael Uribe Noguera, acostumbraba a bajar niñitas a las que entraba al apartamento sin que nadie lo notara y sólo ese portero al que encontraron desangrado, sabía quién más entraba al apartamento. El portero había visto otras niñas… pero también otros adultos.
El edificio Equus 66 era el centro de reunión de una comunidad de pedófilos millonarios amigos de Rafael. Por eso mataron al señor Merchán. Porque Rafael ya tenía la vida empeñada, a él no había nada que taparle; ni a su hermano tampoco, pues en su contra ya cursaba un proceso por encubrimiento. Bañando a la niña en aceite podrían haberse estado ocultando las huellas de Francisco Uribe Noguera, pero destajando al portero eran varios los nombres y rostros los que terminarían cubiertos de arena.
Volví a mi amigo Fiscal:
- ¿Y saben quiénes son?- Le pregunté.
- No,Pero se puede llegar a ellos- Respondió.
- ¿Y están en esas?- Insistí. Como reclamándole.
- Todo lo empezaron a enredar y a tapar de un momento a otro. Ya ni siquiera los noticieros, ni nadie pregunta- Contestó tranquilo como si estuviera repitiendo algo que ya había dicho varias veces.
- ¿Y eso por qué? Insistí.
- Es que Daniel hermano-me dijo hablando con una confianza repentina, como destapándose frente a un amigo de años – para que en un caso de estos haya empezado a pasar lo que está pasando, es porque esas pirañas son las dueñas… de los dueños de este país- añadió.
Las cifras son grises, los registros no son claros 40, 50, 60 mil niños desparecidos a la fecha en Colombia. Pero también hay datos que dejan las investigaciones sobre prácticas en las poblaciones marginales. En el Bronx se supo de drogadictos que alquilaban a sus hijos menores, por ellos llegaban en suntuosas camionetas muy parecidas a la de Uribe Noguera.
La pedofilia es una parafilia incurable. El pedófilo jamás deja de serlo y la compulsión en aquellos que la sufren es tan intensa que la gran mayoría ejecuta su fantasía,convirtiéndose de una u otra manera en pederastas consumados. Podrá visitar mil psiquiatras y desgastar todas las pepas que tiene el rosario, que quien delira con niños terminara buscándose la forma de nutrir ese fantasma regordete en su cabeza, que siempre le estará pidiendo más comida. Para un pederasta alimentar su delirio es una necesidad vital, como para cualquier persona lo es comer o ir al baño. Por eso es que las cifras de prostitución infantil son tan altas y por eso es que se desaparecen los niños. Existe un mercado muy grande y también muy solvente, que está dispuesto a pagar lo que sea por darle de comer a esos demonios voraces que les ladran en el inconsciente.
En la antigua Roma con la primera menstruación casaban a la menor; en la edad media y la época victoriana, la adolescencia era la época propicia para el matrimonio, o sin ir más lejos, millones de bisabuelas tuvieron a sus hijas entre los 14 y los 15 años, porque las casaban entre los 12 y los 13 años, eso significa que, en estricto sentido, desde un punto de vista sicológico, histórico y antropológico, el sentirse atraído por adolescentes, no significa que se padece de este tipo de parafilia. El hombre al que le gustan las lolitas no es un pedófilo. Aunque la ley diga otra cosa.
Ahora bien, esas adolescentes de entre 13 a 18 años pueden ser ubicadas con facilidad en las zonas rojas o a través de las redes de prostitución callejeras. Quien accede a ellas es un delincuente que debe ser perseguido y criminalizado por el trauma que genera en estas menores el degradar su función sexual prostituyéndolas, pero en realidad se está frente a una persona que siente atracción por los adolescentes (efebofílicos) no por los niños. Acostarse con una menor de 18 y mayor de 14 años en Colombia no es delito, lo que es delito es ofrecerles plata por eso. Aclaro: en Colombia los mayores de 14 años se pueden acostar con el que quieran desde que lo hagan gratis. La norma es irresponsable y plantea un terreno muy gris. A los adultos debería prohibírseles bajo pena de arresto, cualquier tipo de contacto sexual con un menor de 18 años. Los adolescentes tienen derecho (y para algunos sicólogos es sano) a iniciarse sexualmente, pero entre iguales. Un adulto puede ponerlo a correr a un ritmo para el que no van a estar preparadas sus piernas.
Es decir, quien es juzgado por prostitución infantil en Colombia, no siempre es un pedófilo; lo que nos lleva a que las estadísticas de procesos por contactos sexuales con adolescentes no estén persiguiendo ni reduciendo la gran demanda de menores que revelan las cifras de niños y bebés desaparecidos, y las investigaciones y estudios que revelan su alquiler y venta en las zonas de extrema pobreza. A la Fiscalía siempre llegan los viejos verdes que pagan por las adolescentes que se cuelan entre las calles, pero no es común ver casos de trata de niños menores de 11 años. La mayoría de los abusos de menores de 11 años que son judicializados, son perpetuados por el autor material que obra solo y pertenece a las clases menos favorecidas.
Ahora bien, como ya se explicó, una es la atracción de un hombre hacia los adolescentes y otra la pedofilia. La compulsión pedófila, esa que se suple con niños infantes (menores de 11 años) y nace de la degradación del juego de rol de poder y dominación que hay implícito en toda forma de sexualidad. De dicha degradación surge el pedófilo. La sexualidad es un juego de roles. El pedófilo no se excita con ser el hombre en la cama que obra como dominante, que agarra con fuerza, que hasta puede mechonear y dar palmadas, ni al ser que acaricia, besa y susurra, brindando a la mujer una sensación de protección. Él necesita más.
Al pedófilo le excita manipular a un ser que no es ni siquiera consciente de lo que está haciendo, un ser desvalido. Alguien mínimo de mente y de cuerpo como lo es un niño, lo lleva a sentirse superior. Un pederasta se excita siendo el titiritero: el pedófilo pretende convertirse en Dios. Sobreponerse a las leyes naturales. El pedófilo es un ser con ínfulas de rey y de príncipe. Se potencializa el rol de dominante y de control cuando un adulto viola a un menor, siendo esta la causa de que sean casi inexistentes las mujeres heterosexuales en las que subyace el deseo pederasta, pues la gran mayoría de las mujeres, en la cama, gozan simulando ser objeto de dominio. Ellas no tienen la fantasía de control que en cambio subyace en cierta medida en todos los hombres. En este sentido, heterosexual o no, todo pedófilo es machista, déspota y tirano, pues solo goza desfigurando y pervirtiendo su rol, yendo más allá del dominio natural de su papel de hombre dentro de una relación sexual, pues un niño a nada puede oponerse, nada podrá objetarle, será doblegado y anulado por su fuerza. Es él, el Dios que destruye con sus terremotos. El pedófilo, consumando su pederastia, se convierte en el todo inmenso porque el niño para él es un microbio.
La psiquiatría nos dice algo: pedófilos hay en todos los estratos sociales. Sin embargo, atendiendo las causas que gestan la parafilia, esta debería prevalecer en los estratos más bajos y en los estratos altos. Este es el deber ser si se tiene en cuenta el perfil criminal del pederasta y sobre todo el fundamento de su deseo.
Las condiciones de pobreza extrema generan hechos que llevan a una persona a fantasear con ese poder inmenso y omnímodo, que jamás tendrá una persona muy pobre, sometida desde la infancia a malos tratos y a situaciones de humillación y crueldad. Este ser de vida miserable llegará a sentir ese subidón surrealista y a posicionarse como deidad por unos minutos, mientras desnaturaliza la inocencia de un niño.
De allí surge el deseo de los pedófilos pobres… pero es que si las cuentas en siquiatría son correctas, por lo menos la mitad de los pedófilos deben ser ricos, porque la cronología de vida de los muy solventes, también da para que supuren en ellos deseos por la pederastia incluso con mayor fortaleza, por una sencilla razón: ellos son el monarca, muchos de ellos fueron criados como príncipes, en la mente de un pedófilo de clase alta, él es Dios y siempre lo ha sido desde que nació, él está por encima de la naturaleza que puede doblegar cuando doblega la voluntad de ese niño al que viola.
Algunos ricos sufren de la compulsión por tener. Ni siquiera es que gocen acumulando bienes, gozan acumulando vidas, dominando, nada es más veraz que el efecto narcótico del poder. Cuando se obtiene siempre se quiere más, quien se engancha a dicha adicción vive en función de agrandar su lista de corporaciones, de escalar políticamente, de gobernar instituciones y países para tener más seres que se agachen en pleitesía, más destinos a su haber, más kilómetros en el reino del monarca. El poder es un chute de la heroína más pura. ¿Y qué puede convertirse en la aguja certera que pincha la vena? ¿Qué más que un impúber para generar esa explosión de placer en su cabeza megalómana, ávida de aquella sensación de control y manipulación que da el poder? Un niño es controlar el mundo por un momento. Frente a un niño el poderoso catapulta su poder. Y no estoy diciendo que todos los millonarios son pedófilos. No. La mayoría se contenta con jugar al Tío Rico hasta el final de sus días, otros compran yates y jets, o cabalgan sobre prepagos cinceladas… pero no todos.
El hombre rico con afán permanente de riqueza, poder y control, desde un punto de vista psíquico, siempre estará en la misma posición del pobre maltratado: Él nunca podrá controlarlo todo, nunca podrá adueñarse del universo. Siempre tendrá ese vacío en la cabeza y en el corazón que no podrá llenar jamás… ¿Jamás? …quizá como el pobre, también lo logra cuando somete al menor.
El megalómano rico, así como el de bajos recursos, ficciona la satisfacción plena de su necesidad cuando es capaz de manipular y controlar en su totalidad, aquel universo humano comprendido en ese ser indefenso. Se convierte en Dios durante un momento. Recibe la dosis precisa que estalla en su cabeza, colmándolo de placidez sólo por un instante. Y como es adicto siempre querrá más. Adictos como él, en Colombia y en latinoamérica no han dejado de existir, llevan siglos subsistiendo con su adicción, las condiciones de pobreza que hacen que siempre existan más pobres y la forma deshumanizada con que nuestra élite cría a sus hijos, hace que necesariamente se multiplique este tipo de parafilia en las clases altas que gobiernan nuestro continente.
Ahora ¿dónde están estos pedófilos suntuosos de Ferragamo y Mercedes Benz? O es que aunque los estudios arrojan un perfil certero e inequívoco ¿No existen? El virus vuela por el aire en las juntas directivas, en los torneos de polo, en los grandes y lujosos salones de los clubes sociales, en los cocteles, ¿y ninguno se enferma?… ¿a ninguno lo agarra esa gripa? Y…¿Dónde están los miles de niños que desaparecen cada año? Me atrevo a preguntar ¿cuánto costaba un niño de esos que subían a las Toyotas en el Bronx? Porque los pedófilos con los que tropiezan los fiscales, son los que arrastran al niño a la cuneta del parque en el sur, como Garavito que obró solo, que puso en riesgo su destino afanado por adueñarse del alma ajena. Los otros, esos que según la lógica criminalista son los que más tienen que existir, no aparecen por ningún lado. Pero en cambio sí, día a día, son más los niños pobres que nunca vuelven a sus casas. Y las camionetas lujosas se siguen viendo merodeando los basureros.
Después de haber buscado la forma de cuadrar una cita conmigo, pude ver al Fiscal parado en el umbral, con un morral de computador a cuestas me miró de un golpe súbito, como reconociendo a un colega de toda la vida me saludó con la cabeza y entró a la cafetería.
- ¿Sabe por qué lo busqué a usted, doctor, para contarle lo que le voy a contar?
- Me preguntó aventado, sin haber ordenado el café.
- Dígame usted, señor Fiscal- Le respondí.
- Porque para denunciar lo que usted denuncia en sus artículos, tiene que estar loco… y solo un loco se atreve a pelear con el Diablo- Me respondió sonriendo, escupiendo una frase que ya tenía preparada. Con la que él bien sabía me estaba comprometiendo.
El actuar de los pedófilos de clase alta, jamás será igual al de aquellos que provienen de los estratos bajos. En primer lugar porque su formación profesional los lleva a obrar con estrategia, pero sobre todo porque tienen la infraestructura para mitigar el riesgo que implica llevar a cabo sus crímenes. Ellos cuentan con medios de transporte, subordinados y coautores que los ayudan a suplir sus necesidades; como Rafael Uribe Noguera, dueño de constructora, con varios apartamentos a su disposición, camionetas y un barrio que dominaba a su arbitrio, pues de otra forma no hubiera obrado como obró. Los ricos obran empresarial y corporativamente, así solventan sus también sus vicios, tienen socios de su perversión como Uribe Noguera, a quien la organización criminal de la zona le había negociado la niña de antemano, que no era la primera, pues Rafico como le decían sus amigos, era un ser social, extrovertido, risueño, agradable, culto, alguien que gozaba de socializar sus gustos, un miembro de la alta sociedad a quien le gustaba la rumba y que tenía muchos amigos que brincaban de apartamento en apartamento. Algunos de ellos bien pueden ser los socios de tertulias de Uribe Noguera, que la Fiscalía no quiere ver.
Los millonarios acceden todos los días a esos niños menores de 11 años que son los que venden los bazuqueros en las ollas y los que aparecen regados en la web; quienes en palabras de Claudia Rojas, sicóloga experta en el tema, son violados y torturados frente a las cámaras, en videos que se comercializan por millones de dólares alrededor del mundo y que solo vienen a tener en cuenta los investigadores colombianos, cuando el FBI rastrea las direcciones IP y les avisa que allí están algunos de esos menores perdidos en las estadísticas.
Ahora, tengan esto muy en cuenta: la cúpula del poder, los dueños de los dueños del país, que controlan desde ministros hasta presidentes, bien pueden amarrar fiscales que han sido asesores de grandes emporios financieros como Néstor Humberto Martínez y procuradores como Fernando Carrillo, elegido por el Senado en pleno y condenado por su responsabilidad en la fuga de Pablo Escobar de la cárcel La Catedral.
Sepan también que la firma de abogados Brigard Urrutia, de la cual es socio Francisco Uribe Noguera, asesora gobiernos, empresas y a los medios de comunicación más importantes del país… y todo continúa en silencio, esperando la condena del convicto que vino siendo un piñón que se le salió al sistema, que ahora empieza a apretar sus clavijas para que deje de chirriar.
Viendo como inició todo: Con las denuncias que verifican la corrupción y el paraneonazismo que encubre Luis Fernando López Roca el presidente de la junta directiva del Club el Nogal respecto de varios de sus miembros, institución por la que pasea el Fiscal General, el Procurador y todos los socios de Brigard Urrutia, Club que tomé como laboratorio de mis estudios sociológicos y que me llevó a plantear la tesis de la sociopatía institucional de la élite colombiana, concluyo que el Karma existe, que uno está hecho para algo y que todo lo que nos pasa tiene su razón de ser.
– El Diablo, señor Fiscal, el Diablo es Dios enguayabado mientras observa desde una Nissan, jugar pelota a una niña- Le contesté antes de pagar por los tintos que supuraban en mi estómago indigesto.
DANIEL EMILIO MENDOZA LEAL.
@eldiabloesdios