Colombia debe Avanzar hacia la Ciencia de la Paz

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Por: Eduardo Padilla Hernández, abogado, profesor de derecho ambiental.

Desde la antigüedad hasta nuestros días los científicos han tomado posición a favor de la guerra en unos casos, a favor de la paz en otros. La Historia está llena de ejemplos de científicos por la paz y de científicos por la guerra.

Así como existe el maíz y la maleza, el día y la noche, el bien y el mal, el conocimiento Dios y el conocimiento diablo, también debería existir la ciencia de la paz y la ciencia de la guerra, dos disciplinas antagónicas irreconciliables, dos conceptos que están a la espera de un pionero que consolide estas nociones incompatibles a nivel científico.

La persona de paz nace con ese don incorporado. De la misma manera, un sujeto de guerra nace con ese antivalor adherido.

Han ocurrido casos en que una persona de paz se extravía hacia la guerra, pero como esa no es su naturaleza, un día se reconcilia con la paz.

Ocurre igual con personas de la guerra que durante un tiempo están en la paz, pero como esa no es su naturaleza, luego regresan a la guerra.

La guerra y la paz se parece a un campesino que encontró un huevo en la montaña y lo colocó en el nido de su gallina. Cuando los pollos nacieron e iban creciendo, el pollo de la montaña imitaba a los pollos de la gallina, pero un día el polluelo escuchó en el cielo un silbido de águila, y en ese momento comprendió que él no era hijo de la gallina, sino del águila, entonces emprendió el vuelo y se fue tras el águila.

La guerra y la paz tienen idiomas diferentes: El lenguaje de la paz habla todo lo que es verdadero, honesto, justo, puro, amable, todo lo que es de buen nombre, donde hay virtud alguna y algo digno de alabanza como el amor.
Albert Einstein dice que el amor es la mayor bomba atómica que existe en el universo. Por eso a la gente de la guerra no le gusta la vida ni goza del amor.

Por su parte, la jerga de la guerra sólo habla de mentira, infamia, destrucción, robo y muerte.

Cuando los hombres de concordia hablan de paz, entonces se incrementa la guerra, porque la paz no le conviene a los negocios de la guerra, que son: armas, estupefacientes, gota a gota, petróleo, minería, ganadería extensiva, monocultivos y deforestación, entre otros.

La industria de la guerra le vende armas y municiones al establecimiento, a los paramilitares, a los guerrilleros y a cualquier criminal, desechando todo valor que esté asociado a la moral.

A veces la ciencia de la paz inventa algo bueno, pero la ciencia de la guerra lo tuerce: Alfred Nobel fabricó la dinamita para hacer caminos a través de las montañas, pero la ciencia de la guerra utilizó esa misma nitroglicerina para matar.

La patente de la dinamita en 1867 otorgó a Alfred Nobel una ingente fortuna, que finalmente se materializó en los prestigiosos premios que llevan su nombre, para disimular el inmenso daño que ese explosivo le ha causado a la humanidad, destinado para arsenales militares del establecimiento y para grupos armados al margen de la ley.

Los pueblos han ido olvidando su música vernácula de la paz, porque están cayendo en la trampa de la guerra que los está conduciendo hacia un estruendo que no tiene nada que ver con su identidad. La guerra es enemiga de la identidad de los pueblos.

Durante dos siglos el pueblo colombiano ha sido gobernado por un aparato punible que económicamente no le conviene la paz.

A los adictos a la guerra no les gusta vivir en la tranquilidad de su hogar con su familia, con su conyugue, con sus hijos ni con sus nietos.

El combustible de la paz es la familia, pero el motor de la guerra es la codicia.

La codicia es un antivalor, un deseo excesivo y egoísta de obtener riqueza, poder o cualquier otro recurso sin importar las consecuencias para los demás.

Codiciar es desear algo con un anhelo malsano, de forma que se antepone su logro, ya sea material o inmaterial, a cualquier otra cosa, incluido el perjuicio ajeno.

Después de siglos de pedagogía agresiva, el cuento motor de la guerra, el viejo pacto de la violencia, ha sido implantado en la mente de cada colombiano.

Ahora toca sacar de cada corazón esa enseñanza bélica deliberada, para renovar la mente con el nuevo pacto de la paz. Se trata de una tarea difícil, pero no imposible.

El humor universal, no el humor arrodillado, es una de las potentes voces de la paz (Charles Chaplin, Cantinflas, Chespirito).

A veces me gusta echar mano de ese humor comprometido, por ejemplo: La codicia tenebrosa se esconde en la oscuridad para planear el siguiente paso de la guerra. La codicia, de manera invisible, es la autora intelectual de la guerra. La guerra es el brazo visible de la codicia.

Antes de la invasión europea (1492), los nativos del territorio que ahora es Colombia, vivían en armonía con la naturaleza.

En aquella época precolombina había oro como arroz, era prohibida la práctica del monocultivo y la industria de la ganadería extensiva, que tanto daño le causa al medio ambiente, porque en el argot de los oriundos no existía la palabra “codicia”. Este vocablo es el origen todas las guerras.

La economía sostenible es benéfica para toda la sociedad y para el medio ambiente, pero la economía basada en hidrocarburos, minería, monocultivos y ganadería extensiva sólo beneficia a pocas personas. Esta economía es injusta.

La llegada de extraños a partir de 1492 trajo como consecuencia unas transformaciones terribles en todas las esferas sociales de las comunidades nativas.

Los forasteros impusieron su violencia a la fuerza, incluso quemando en hogueras a los nativos que oponían resistencia.

Esas espeluznantes costumbres han permanecido hasta nuestros días: los campesinos son despojados de sus tierras, son sometidos a desplazamiento forzado, y como en los viejos tiempos, son quemados vivos en hornos crematorios. 532 años después las cosas no han tenido muchos cambios.

Algunos sectores de la guerra ya resolvieron reconciliarse con la paz. ¿Qué pasará con el resto que no tenga voluntad de reconciliación?

La vida está constituida por dos columnas: Amor y Justicia. Donde el amor termina, empieza la justicia. La justicia no puede ser burlada, pues lo que el hombre siembra, eso mismo cosecha. Hay funcionarios de la justicia que no han comprendido su enigma. Ignorar su arcano es grave, porque quien cae encima de la justicia será desmenuzado, pero si la justicia cae sobre él, será quebrantado.

Algún anónimo cuyo nombre se pierde en la noche aterradora de los tiempos, dijo con severidad: “La justicia cojea, pero llega”.

Ese día no está lejano. Arribará acompañada de la paz, y gozaremos de salud, prosperidad y amor.

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Eduardo Padilla Hernández
Eduardo Padilla Hernández

Abogado, Columnista y Presidente Asored Nacional de Veedurías


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