Por: Willington Martelo
Cuán injusta es la vida, o tal vez con mayores certezas cuán brutal es su mecanismo de enseñar lecciones. Hay quienes el poder prefiere hacer desaparecer, borrar, eliminar de la historia, porque su mera presencia interroga los cimientos de una sociedad que no siempre recompensa la verdad, sino la sumisión.
Eduardo Padilla y Tania Otero esposos, compañeros de causa, combatientes íntegros se atrevieron a levantar la voz cuando todos callaban. No se enfrentaron a un opositor cualquiera, sino a un conjunto entero de instituciones y mecanismos de poder dispuestos a resguardar sus intereses particulares a cualquier costo. Y lo hicieron, por ardua y desigual que fuera, desde la trinchera de la decencia.
La historia de Funtierra IPS sigue abierta, porque las cicatrices de la injusticia no se cierran con resoluciones. Lo que denunciaron Eduardo y Tania corrupción, despojo, manipulación institucional resultó incómodo. Lo pagaron con un alto costo. Fueron señalados, excluidos, acosados. A él le negaron espacio, lo trataron como un paria. A ella la silenciaron con la soberbia de quienes se creían inmunes. Los empujaron al borde del precipicio moral, como si denunciar fuera un delito.
Pero no se rindieron. Porque hay una fuerza que no se aprende en manuales ni se compra con favores: la fuerza de la convicción. Contra toda adversidad, Eduardo y Tania resistieron.
Y hoy, la historia con su ironía a cuestas da un giro. Eduardo Padilla fue nombrado Procurador Delegado. Y por fin lo invitan. Ahora por fin lo celebran.
Ahora sí lo sientan en sus mesas. Precisamente los mismos que antes lo ignoraban, lo desacreditaban o lo querían fuera del camino, hoy lo buscan para la foto, para el respaldo, para las alianzas.
Pero no se equivoquen: él sigue siendo el mismo. El que nunca se arrodilló. El que, junto a su esposa, se enfrentó al monstruo cuando todos miraban hacia otro lado. Lo que ha cambiado no es su estatura moral esa ya era imponente, sino la vergüenza de quienes hoy deben aceptar lo que antes despreciaron.
A Eduardo Padilla y a Tania Otero no se les deben homenajes: ya ganaron la batalla más difícil, la del respeto propio. A ellos se les debe no solo un espacio en el Estado, sino un lugar en la memoria colectiva como símbolos de que la dignidad, aunque tarde, encuentra su justicia.
Hoy muchos lo invitan. Pero pocos estuvieron cuando lo abandonaron. Y eso eso sí no debe olvidarse jamás.