El Significado del Holocausto Judío y la Necesaria Reivindicación de la Memoria Histórica

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El 29 de enero es el día internacional de recuerdo de las víctimas del Holocausto o la Shoah.

Por Ricardo Angoso.

La desaparición de la vida judía en Europa Central y del Este después de los acontecimientos vividos durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y el Holocausto, como un hecho histórico que no tenía precedentes en la historia del continente y casi de la de la humanidad, abrió un debate sobre la reivindicación de la memoria histórica y sobre los orígenes de esta tragedia, pero también acerca de la responsabilidad de los perpetradores del genocidio y el alcance que tuvo en los países en que aconteció.

Además, en los últimos años ha habido un notable esfuerzo en numerosos países por tratar de recordar e incluso reconstruir la vida judía antes del Holocausto. Se han inaugurado muchos monumentos en memoria a estos sucesos, se han colocados placas en homenaje a las víctimas, se abrieron decenas de museos dedicados a la vida judía en Europa y al Holocausto -incluso en países como los Estados Unidos-; y, en fin, se despertó un gran interés por el tema y se mantuvo viva, en cierta medida, la llama de la evocación y remembranza de aquellos que hoy no están para contarnos lo que sucedió en esos aciagos días. Por no hablar de la literatura, donde elaborar una lista de títulos publicados sobre el tema sería una obra titánica.

Es de valorar que países como Alemania también se hayan sumado a esta tendencia, diría que universal, porque este exterminio masivo que fue llamada la «solución final» vuelve a sacar la cuestión de la “culpa” y el olvido del que han hecho gala millones de alemanes durante todos estos años, como si sobre el Holocausto y todos los desmanes que se produjeron en este período hubiera caído una cortina que los separase de sus existencias, ajenas a los crímenes de una minoría “enferma” y “asesina”, y un régimen demoníaco. De repente, en 1945, tras el final de la guerra, como si de un accidente natural se hubiera tratado, cesó el aliento criminal de toda una época y comenzó otra sin mirar hacia atrás, sin la necesidad de comprender cómo fue posible y por qué; no había tampoco remordimiento, pues no había culpa, y el tiempo se encargaría de hacer olvidar, y sobre todo borrar para siempre, los resultados de una política demencial y asesina.

Podían mirarse a la cara sin rubor ni vergüenza, pues no se sentían culpables ni responsables, nadie lo era, pensaban, tan sólo  un sistema político totalitario y totalizador que les había anulado y les había obligado a cometer los crímenes, a cumplir órdenes, en el sentido que lo entendía el genocida Adolf Eichmann. Incluso el escritor ya fallecido Gunter Grass, seguro, se sintió víctima de tal sistema, pese a haberse enrolado voluntariamente en las Wafen SS, y no creyó ser responsable de nada, también cumplía órdenes y no tenía escapatoria, diría más tarde.

“Vigilantes de los vigilantes, moralistas de nuestro tiempo, conciencias morales de la sociedad: así gustaban de aparecer en público. ¿Y cómo se puede ser vigilante de los que vigilan, conciencia moral de la multitud, si uno mismo ha errado en la ocasión decisiva tan funestamente en el camino? Pues rechazando, difuminando, el recuerdo de lo que se fue, hasta llegar, hasta creer que nunca se ha sido aquello que, sin embargo, los textos y fotos atestiguan; sólo así puede alguien aspirar a ser conciencia moral de una sociedad o permitir, sin sonrojarse, que los demás se lo digan”, escribiría el historiador Santos Juliá al referirse al escritor Grass.

Qué sencillo resulta vivir así, sin asumir responsabilidades colectivas ni individuales, adaptándose a una forma de entender la vida, casi una filosofía, donde no existe ni la culpa, ni el “pecado”. Y muchos menos el remordimiento por el daño causado al otro; no hay necesidad de pedir disculpas a nadie porque nadie fue responsable de lo acaecido.

Este proceso, del que participó sin duda toda Alemania tras el final de la guerra, nos lleva al asunto de la memoria histórica, de salir del armario y asumir cada uno sus propias culpas. Y, como señalaba el periodista Jesús Ceberio al referirse a este asunto, en una reciente reseña de un libro, “contra toda lógica, una parte sustancial del pueblo alemán hizo suya las inculpación de los judíos hasta la capitulación, momento en que el Holocausto entró en limbo de la amnesia colectiva. Nadie había visto nada, nadie sabía nada acerca de aquel secreto de familia que todos habían compartido”. Miraban atónitos los hornos en los que quemaban a los judíos y a otros y trataban de hacernos creer, cuando los Aliados les obligaron a visitar los campos y conocer el horror del nazismo, que no sabían nada aunque ante sus narices salía el humo acusador. Incluso había una cierta superioridad moral, como si esos crímenes no tuvieran nada que ver con la sociedad en la que vivían inmersos y hubieran sido cometidos por entes ajenos, distanciándose de unos verdugos que hasta hace unos días eran sus inocentes vecinos. Pero no es cierto,  el Holocausto y sus testigos estaban ahí, desde un rincón de la historia, para denunciar lo ocurrido.

“A fuerza de repetidas, nos hemos cansado de escuchar una y otra vez las tristes historias del Holocausto; ya no las creemos; hemos cedido a la indolencia, la ignorancia y el cinismo, y nos atrevemos incluso a menospreciar, cuando no a cuestionar, por acción u omisión, el horror de los campos de exterminio e incluso a los testigos que los padecieron. La obligación de recordar está inscrita en cada monumento al genocidio del pueblo judío, pero la expresión “nunca más” termina derivando en lugar común», escribía el poeta y escritor José de María Romero muy acertadamente ante esa actitud tan corriente en nuestros tiempos de caer en terrenos comunes y superficiales estereotipos al referirnos a hechos transcendentales.

Concluyendo, este notable y loable esfuerzo que están haciendo los alemanes, pero también eslovacos, húngaros, polacos y rumanos, aunque con matices en cada caso, nunca llega tarde. Una de las viejas sinagogas incendiada en la Noche de los Cristales Rotos fue reabierta en la capital alemana para dar paso a un museo. Se inauguró un monumento dedicado a las víctimas del Holocausto muy cerca de la puerta de Brandenburgo. Se cuidan los viejos cementerios de Berlín. Se abren museos recordando a los judíos que se fueron para siempre en casi todas las ciudades europeas. También se publican decenas de obras, novelas, ensayos, libros de poesía e incluso sesudos estudios, por no hablar de muchos más gestos, sobre el significado del Holocausto. En definitiva tenemos que seguir insistiendo en este asunto para que nadie olvide y guardar viva la llama de la memoria porque, como decía el escritor Primo Levi, «no es lícito olvidar, no es lícito callar. Si nosotros callamos, ¿quién hablará?».

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Ricardo Angoso
Ricardo Angoso

Periodista y Analista


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