Un Samperista consumado, que se benefició de buenos contratos estatales en esas épocas y escribió libros para limpiar la imagen del citado ex presidente Ernesto Samper, como «El corazón de oro, en 1993″, para exculparlo de sus crímenes y vínculos con la mafia. También es el autor oculto del libro “El Señor de las Sombras”, contra Álvaro Uribe, que aparece a nombre del inexistente Joseph Contreras.
Por Harold Alvarado Tenorio.
Debo haberle visto por vez primera el verano de 1969. La Federación de Estudiantes de la Universidad del Valle encargó, a dos compañeros y a mí, viajar a la capital para convenir los servicios de unos artistas y arrendar varias películas para un club de cine que se llamó Cosmos XX, antecedente inmediato de otro que tuvo el suicida por antonomasia de Cali, Andrés Caicedo Estela. Éramos una suerte de comité cultural de un sindicato de estudiantes de una universidad pública, quizás la única entonces, que cobraba en la matricula un 10% de la misma con destino a las actividades, de toda índole, de esa agrupación patronal que habían inventado don Mario Carvajal y el doctor Alfonso Ocampo y que, entre los mafiosos en ciernes Tamayo-Santacruz- Rodríguez y los guerrilleros del M-19, cuyo cabecilla no militar era Camilo González Posso, luego ministro de salud de Gaviria, pero entonces presidente de la tal federación, acabaron con todo ello en una sangrienta asonada en 1971. Mis dos compañeros terminaron en cargos burocráticos, esta vez al interior de la misma universidad, se jubilaron con enormes emolumentos, que hubo de comprimir el Consejo de Estado.
Habíamos decidido llevar a Cali al grupo de teatro del Moir que comandaba Ricardo Camacho, pero señoritos bogotanos, dijeron que cobraban alto y terminamos pagando los fletes terrestres de un grupo que conducía Carlos José Reyes en la Universidad Externado y presentaba Los viejos baúles que nuestros padres nos impidieron abrir, una paráfrasis de dos cuentos de Cortázar, donde actuaba Raúl Gómez Jattin. Y a un fabuloso negro chocoano famoso por sus variaciones con la batería de Take/Five de Brubeck, que pidió un pasaje de avión y hospedaje en el Hotel Aristi o el Alférez Real. Ante tan costoso evento, y como alguien dijera que Fernando Garavito era el determinador de las platas de la recién fundada Colcultura, que dirigía, sólo por la mañana, el poeta Jorge Rojas, acudí a la casa del poeta Eduardo Carranza, conocido mío de autos desde el bachillerato, en la calle 74 pasando la Caracas y frente a su busto con ruana me dio una esquelita para el señor subdirector. Así fue como vine a conocerle.
Carranza, tanto el padre, como la hija, me contarían años después como había llegado a ese cargo Garavito. Durante sus estudios de derecho en la Universidad Javeriana, que parece no concluyó, habría apoyado a Luis Carlos Galán, firmando la carta de este, a la candidatura de Lleras Restrepo, y hecho amistad con Daniel Samper Pizano, a quien Eduardo Santos pagaba sus estudios y dejó un 4% de sus bienes. Danielito, un chiquillo rubio que visitaba a Santos en su casa de Chapinero, fue a parar a El Tiempo, y tras él llegaron Galán y Enriquito, que obtendría, según cuenta Félix Marín en El Tío, mediante exigencia, un tres por ciento.
Mientras Daniel, Enrique junior, Luis Carlos y Roberto Posada ocuparon un espacio al lado del director, Fernando fue destinado más abajo, al lado de la cafetería, respondiendo quejas y preguntas de los lectores, en una sección llamada Con Usted, que hizo famosa por la ponzoña y los sarcasmos con que solucionaba los problemas de la luz, el agua o el clima de los suscriptores. Y si bien pudo entenderse de varias maneras con Hernando “calzonarias y regaños”, siempre como subalterno, nunca pudo hacer migas con Enrique senior, porque Garavito llevaba incrustada en su alma la bacteria del rencor irremediable de los grises, obedientes serviciales, neurotizados y obsedidos por culpar al mundo de sus desgracias. Todavía hay quienes recuerdan sus encontrones con Hernando, que “explotaba como un volcán de fuego y lava”, como la vez que furioso trató de arrojarse por una de las ventanas del sexto piso, desde donde había lanzado su máquina de escribir porque tenía que enfrentarse cada día con “una especie de selva amazónica llena de tapires y perezosos, hienas, víboras, cacatúas multicolores y árboles centenarios, de leales tigres americanos y escurridizos venados, bajo la dirección de Roberto García-Peña”. Algo, que desde entonces no pudo comprender, fue cómo a Luis Carlos y Danielito, plebeyos como él, el destino deparaba ingente fortuna, poder político y una escalera orlada de asedios femeninos, sabiéndose él, por experiencia juvenil, un sátiro sexual, digno de su entrañable Nicanor Parra:
Yo soy número uno.
No habido -no hay – no habrá
sujeto de mayor potencia sexual que yo,
que hice culminar diecisiete
veces sucesivas
a una criada doméstica.
Tal como ustedes me ven
joven -buen mozo-inteligente,
genial diría yo, irresistible,
con una verga de padre y señor mío
que las colegialas adivinan de lejos
a pesar de que trato
disimularla al máximo.
Él fue el inventor del éxito burocrático de Jorge Rojas, el priedracelista: la Biblioteca Colombiana de Cultura, Colección Popular, que vendió en puestos de prensa 137 títulos a 3 pesos en ediciones descuidadas y sin pagar un peso a los autores. Al menos, la Gaceta Oficial no registra esos contratos, porque la beneficiada fue una señora de consulados y embajadas. Garavito trató de cabalgar en la rueda de la fortuna con un Museo Rodante, cinco rancios coches de tren empachados de objetos anticuados y recientes encarnando la Cultura Nacional, científica y de masas, que dicen, se detuvo en 110 municipios, pero no hay registro impreso ni fílmico de ello.
Allí estuvo Garavito, en esa vieja casa colonial de la calle 11, en La Candelaria, por más de un mil días, cuando redactó una de las primeras reseñas contra Cien años de soledad, quizás para congraciarse con el gobierno y Enrique Santos Castillo Senior y Rafael su hijo, que detestaban a García Márquez. En, El Escritor, revista inencontrable, publicó Apoteosis del anonimato, diciendo que Gabito “levanta un monumento de ladrillo prensado, alto como Babel, pero con un defecto: que en su apresuramiento olvidó utilizar el cemento y la mezcla, lo que pone en peligro a todo el edificio. Tiene bella fachada, pero en cualquier momento puede venirse al suelo”. Rencor que nunca menguó, velado con acusantes lecturas de sus novelas, para localizar dislates o errores históricos.
Hay quienes creen que también fue Galán quien lo atornilló en Colcultura. Otras fuentes afirman que su acercamiento a Eduardo Carranza, porque lo había deslumbrado Maria Mercedes, chica afrancesada y españolizante, que escribía comentarios de libros en las páginas editoriales de El Tiempo, era amiga de Daniel, estudiaba en los Andes y hacia una página literaria de Vanguardia en El Siglo, cuando no hacía escándalos callejeros con Cobo Borda. Incluso hay quienes creen que Fernando llegó a serias componendas con Samper para hacer la corte a Maria Mercedes Carranza. Contaba, recuerda uno cuyo nombre conozco, cómo transmutó en Cyrano de Bergerac para conquistarla. Entre los dos inventaron un autor y mandaron sus versos a un concurso organizado por ella. Por la tarde, “Mamer” volvió asombrada y comentó: «Si vieran el poeta que descubrí».
Jorge Rojas tampoco mereció la gratitud de Garavito. En una suerte de obituario, a raíz de su muerte a los 85 años, escribió que “estaba hecho de trajes grises, de Maruja, de sus tierras de cultivo, de San Martín de Porres, del agua y su infaltable gabardina, de sus recetas de cocina, del club de tenis, del precio de los abonos y los arados, de las cotizaciones de la bolsa y las sumas y las multiplicaciones. Era bebedor del mejor güisqui, nunca del lauro candente de Felipe Lleras. Era un deportista enérgico y competitivo. Durante años mantuve con él una distancia respetable. Cualquier día dejé de verlo, enredados él y yo en la maraña burocrática”.
Al terminar el gobierno de Misael Pastrana, Samper, que había sido nombrado subdirector de un diario que acababan de fundar unos nuevos ricos en Cali, se llevó consigo a Garavito, -a quien López Michelsen reemplazó por Gloria Zea en Colcultura-, que ya iba por la libre con la poeta Carranza, y al longevo hermano del creador de Frente Nacional, el antiquísimo Felipe Lleras Camargo. Allí sería asistente de dirección de Marino Renjifo Salcedo, con quien nunca pudo entenderse bien y quien le obligaba a escribir pequeños editoriales alabando al general Varón Valencia, a Cornelio Reyes, a Víctor Renán Barco que duró 19 días como ministro de justicia; atacando a los indígenas y los negros, o condenando el movimiento estudiantil hasta hacerle vomitar o consumir los helechos, que colgaban en los pasillos del periódico. Sus pequeñas venganzas las ejecutó publicando extensos informes medianamente subversivos de Alape, Colmenares, Tirado Mejía, o contra el Instituto Lingüístico de Verano o la política agraria de Pastrana y el Pacto de Chicoral, e inventando al poeta William Ospina, que acababa de abandonar al eleno zuletiano William Ospina, etc., etc. Entrada la fresca de la tardes caleñas conjeturaba, sueños eróticos, pasando la mirada sobre los glúteos y la boca de la divina Claudia Blum, que iluminaba de hermosura entallados vestidos de lino, pantalones de Gucci y Chanel número cinco la sala de redacción que compartía con Eduardo Barcha y un Felipe Lleras, ahora aficionado al poderoso polvo blanco, signo de la nueva riqueza de los vallecaucanos.
La pequeña historia de cómo Garavito convenció a Carranza para que se fuera a vivir con él, cuando ella odiaba el matrimonio, vale el inciso. El propio Fernando contaba que le puso como condición, antes de irse a Cali, que ella viajaría a España para resolver dos asuntos amorosos que habían quedado sin concluir. Sus afectos estaban repartidos entre Juan Luis Panero y Félix Grande, hijos de fascistas y republicanos, algo mayores que ella y de quienes se había prendado luego de borrascosos encuentros. Le rogó dejarla ir a Madrid y decidir qué haría con su vida. Fernando pidió un préstamo a Hernando Santos para comprarle un pasaje de ida y regreso a la península. Yo acompañe a Fernando a reclamar ese pasaje en una agencia de viajes que había diagonal de La Romana. Carranza regresó con el rabo entre las piernas. Panero vivía con Marina Domecq Sainz de la Maza, con quien se había casado en New York, y Grande, con Paca Aguirre, una empleada del poeta Rosales en Cuadernos Hispanoamericanos donde fungía de jefe de redacción y donde pudieron sacarlo vivo sólo en el primer gobierno de Felipe González.
Carranza nunca contrajo nupcias reales con Garavito, a pesar del Simca 1000 que le regaló, atado con una inmensa cinta amarilla, como gratitud por haber aceptado dar su apellido a la niña que tuvieron en Cali. Garavito recordaba haber pagado por él 55.000 pesos, él, que apenas ganaba en El Pueblo dos mil quinientos mensuales. Panero haría de nuevo aparición en la vida de Carranza cuando ya ella trabajaba en Nueva Frontera y estaba traduciendo del italiano, y en la práctica redactando, para Carlos Lleras, episodios completos de “su” libro sobre Ciertas damas: Mesalina, Lucrecia Borgia, Beatrice Cenci, Virginia Oldoini condesa de Castiglione, Claretta Petacci o Agustina Carolina del Carmen, la Bella Otero.
Roto su matrimonio, separado de su hija, abandonado por los Santos Castillo, Garavito reaparece vinculado a la revista Guión y a Juan Carlos Pastrana su director, que va a fundar La Prensa en 1988. A mitad del gobierno de Virgilio Barco, decidió crear un diario de oposición parecido a El País de Juan Luis Cebrián y el grupo Prisa, presentando las noticias comentadas, como si fuese una revista, en una Bogotá «cuya gente menor de 40 años no ha visto nacer un diario matutino». Sus accionistas fueron Ardila Lule, los Santodomingo y Luis Carlos Sarmiento, conglomerados que Garavito atacará sin piedad en sus crónicas del nuevo siglo. Su otro polo a tierra de nadie será Gonzalo Guillén, uno de los más raros personajes de la farándula periodística colombiana. Juan Carlos Pastrana, con su ejemplo combativo, hará que salga, de su opaca crisálida, el Garavito insolente y resbaladizo que recuerdan sus fanáticos.
La aparición de La Prensa, que dejó de circular a comienzos de 1997, fue descrita por el New York Times como una jugada del expresidente Misael Pastrana para consolidar su control del Partido Conservador y la influencia política de su familia, aunque ellos dijeron que su interés era destrozar la tradición de los periódicos ideológicos. La Prensa será recordada por el ingenio de sus titulares. Algunos de ellos, durante la crisis del proceso 8.000 contra Samper, fueron antológicos: El fin está Serpa [Horacio, ministro de gobierno de Samper], Mi vida es un libro Alberto [el loco Giraldo], Están imputadísimos, o O.J. Samper, [por Simpson].
Ya para la fecha del cierre de La Prensa, Garavito estaba fabricando compendios sobre las administraciones, municipales o diplomáticas de Ernesto Samper en Madrid o Noemí Sanín en la Cancillería de Gaviria; Hernando Durán Dussán, Juan Martín Caicedo, Jaime Castro y Andrés Pastrana en la Alcaldía bogotana, o la historia de Gloria Zea como rectora de Colcultura y el MAN, pagados con dinero público del orden de los 25 millones de pesos por prepucio. Pero su trabajo más importante ese año [1996] fue para la Superintendencia de Vigilancia y Seguridad Privada del Ministerio de Defensa, -dice El Tiempo de 5/5/2002, titulado Las moscas dejan huellas-, donde, bajo el lema Informar es convivir, hizo una extensa campaña publicitaria a favor de las recién creadas cooperativas “recogiendo experiencias de interés colectivo vividas por las distintas organizaciones promovidas”. Asociaciones creadas por César Gaviria Trujillo, con Rafael Pardo Rueda como Ministro de Defensa, con base en el artículo 42 del Decreto Ley 356 de 1994, que instituyó las condiciones en que operarían en zonas de combate donde el orden público fuese precario, reglamentadas por Fernando Botero Zea, ministro de defensa de Ernesto Samper Pizano, para servir a los narcos sin distingo de ideologías, después de la muerte de Pablo Escobar, pero la supervivencia de los Hermanos Rodríguez Orejuela y los Castaño Gil. Gaviria y Samper siguen diciendo públicamente que las Convivir las creó Uribe Vélez en la gobernación de Antioquia, como si un gobernador pudiese expedir decretos ley o reglamentarios.
No sabemos cuántos libros por encargo o como escritor negro hizo Garavito, que redactó, con su habitual cara de palo, hasta Una historia de la luz o la fibra óptica. Antes que Rodrigo Pardo y Maria Emma Mejia le nombraran Cónsul de Colombia en Lisboa, el señor de las moscas había escrito por lo menos dos libros hagiográficos sobre Ernesto Samper, uno sobre el abaleo donde fue herido mientras asesinaban a un comunista de la UP [El corazón de oro, 1993, 424 págs.] y otro para exculparlo de sus crímenes y vínculos con la mafia [Querido Ernesto, 1997, 444 págs.]. Y más allá del odio que María Mercedes ahora le prohijaba, hizo varias antologías de poesía femenina o colombiana donde ella era el centro del cosmos lírico. Al fin y al cabo, ella era la Reina Lírica Colombia y tenía palacio, La Casa de Poesía Silva, que instituía eventos en estadios y celebraba cumpleaños y matrimonios, organizaba viajes colectivos, pagados por el respetable, para celebrarse a sí misma, como cuando con una comitiva de más de quince lanudos [Darío Jaramillo, Genoveva Carrasco, Alejandro Obregón, Azeneth Velásquez, Pilar Tafur, Pedro Alejo Gómez, Carmen Barvo Bárcenas, Marta Álvarez, Daniel Samper Pizano, Patricia Lara, Carlos Castillo, Luis Alfredo Sánchez, etc.,] fue a Madrid a celebrar sus 50 con Ernesto Samper de embajador en el palacete de Martínez Campos, se hartaron de Callos a la Madrileña, Rabo Estofado, Carrillada de Ternera con Puré de Patatas y Mollejas de Cordero Lechal al Ajillo de Casa Alberto. Porque, y no se olvide, el 25 de mayo de 1995 todos fueron agasajados por los Hermanos Rodríguez Orejuela, que no estuvieron presentes, en un almuerzayuno en el Café de los Espejos de Recoletos, muy celebrado luego en un programa televisivo de Alberto Santofimio.
María Mercedes terminó siendo un Alberto Giraldo para la escritura de El señor de las sombras, a través del abogado caleño Armando Holguín Sarria, que había estado con ella en la Constituyente del 1991 y pagaría cárcel como parte del proceso 8000. Holguín fue amigo y maestro del entonces tinieblo de la Carranza, según repetía el cojo que permanecía apostado en la acera de su edificio en La Macarena. Y el inventor del artículo periodístico, publicado en un diario de Cali, con el cual se abrió un proceso por narcotráfico a Gilberto Rodriguez en Colombia, que permitió fuera solicitado en extradición a Colombia desde España, luego de haber comprado la Corte Suprema española y al mismo presidente socialista.
Como es de público conocimiento, Pablo Escobar fue dado de baja, sobre el techo de una casa en Medellín, el 2 de diciembre de 1993. Los historiadores sostienen que al menos dos hechos determinaron su final: el arrinconamiento de su familia por parte de la fiscalía colombiana y el uso de una nueva y sofisticada tecnología por parte de sus perseguidores gracias a la enorme colaboración de los Hermanos Rodríguez Orejuela, que aparte de haber adquirido esos instrumentos de rastreo franceses e ingleses, pagaban, diariamente, unos 400 millones de pesos a la policía de Medellín y al Bloque de Búsqueda. El debilitamiento emocional de Escobar se dio por ideas que, a través de Gustavo de Greiff Restrepo, primer fiscal general de la nación, uno de los más enconados críticos de la guerra liderada por USA contra las drogas, defensor de la liberación y legalización de estas, se implementaron. Se sostiene ahora, que De Greiff siguió al pie de la letra las instrucciones de acosamiento que Miguel Rodríguez diseñó para poner en manos de la fiscalía a la esposa y los hijos del capo. Le prometieron que si se entregaba de nuevo su familia sería puesta a salvo de Los Pepes en otro país, pero los pasearon por Alemania, que nunca tuvo interés en asilarlos, para luego encerrarlos en un piso de las Residencias Tequendama, en el centro de Bogotá, donde les controlaron todas sus comunicaciones con el capo.
Los Hermanos Rodríguez Orejuela sólo vinieron a ser extraditados a los Estados Unidos en 2004, durante el segundo año del gobierno de Uribe Vélez, pero habían sido capturados en 1995 y recobrado libertad en 2002, para ese mismo año ser recapturados y extraditados, a pesar de numerosas intervenciones a su favor, una de ellas del propio Ernesto Samper Pizano al presidente Uribe. Habían pasado 11 años después de la muerte de Escobar. Tanto la policía, como los historiadores, creen que los capos caleños creían que sería posible para ellos evadir la extradición, pero todos sus asesores y las personas cercanas a Ernesto Samper sabían que sólo sería posible si se elegía, para suceder a Andrés Pastrana, a Horacio Serpa. El gobierno Pastrana había tenido que acatar la decisión de la Corte Constitucional de extradición sin retroactividad, que protegía a los capos del Cartel de Cali, pero no era garantía ninguna si era elegido Uribe Vélez, decidido partidario de la extradición por vía administrativa. En sus ocho años de gobierno se cree que extraditó a más de 1200 colombianos, incluidos varios capos paramilitares y farianos. Los Hermanos Rodríguez Orejuela serán liberados en 2034.
Es este conglomerado delictivo, con vínculos periodísticos, y el odio político contra su persona y los grupos que le rodeaban, que César Gaviria y Ernesto Samper auparon la enorme campaña de desprestigio contra Uribe Vélez en el mismo momento que decidió hacerse presidente. Fernando Garavito no pudo mejor ser elegido la punta de lanza, desde El Espectador, contra el candidato.
Una infidencia, a mediados de 1998, según la cual Garavito estaba usando el cargo diplomático que tenía en Portugal para escribir un libro, con Daniel Samper, sobre el Proceso 8000 defendiendo a Ernesto, produjo, tan pronto se posesionó Pastrana como presidente, su salida de la diplomacia. Para finales de ese año Juan Mosca o Fernando Garavito ingresaba, de la mano de Rodrigo Pardo, nuevo director, al diario del Grupo Santodomingo, El Espectador, para conducir proyectos especiales. Lo primero que hizo, como director del Magazín Dominical y la coordinación de Juan Manuel Roca, fue publicar una extensa entrevista con Raúl Reyes, amenazando al nuevo gobierno de La Silla Vacía diciendo que “el tiempo de las FARC está llegando y durará mucho rato”.
Quizás sea Pardo García Peña el caballo de Troya de este entramado periodístico contra Uribe al cual prestó enorme servicio Garavito. Pardo fue el asistente de Samper en ANIF y el Instituto de Estudios Liberales, dejó la embajada en Venezuela, donde lo había colocado Barco, para dirigir las comunicaciones de la campaña de Ernesto en 1994; luego le hizo Canciller durante el Proceso 8000 y al salir absuelto de acusaciones de vínculos con los Rodríguez Orejuela, lo designó embajador en París, de donde vino a dirigir El Espectador que había comprado el Grupo Santodomingo, hasta finales de 1999, cuando fue reemplazado por Carlos Lleras de la Fuente, que echó del diario a Garavito. Pardo fue el director de la Revista Cambio, comprada a García Márquez y sus socios por el Segundo Marquez de Pedroso de Lara, donde desató la más feroz persecución al gobierno de Uribe acusando y llevando a la cárcel al ministro Arias por negociados con Agro Ingreso Seguro; de analogías con la mafia antioqueña del hermano del ministro de gobierno Valencia Cossio o las supuestas negociaciones secretas del gobierno para las bases militares americanas en Colombia.
La campaña de desprestigio del candidato y luego presidente se centró en la construcción de un discurso que hace de Uribe Vélez un asesino y un narcotraficante, a partir de supuestas fotos y evidencias que han desaparecido según el autor del libelo, porque en muchas ocasiones no se ha podido precisar los lugares y las fechas o porque se deduce, en carambolas de “argumentum ad populum” recogidos al azar o afanosamente, desordenados, extraídos con pinzas de archivos de la Fiscalía General de la Nación, del llamado Centro de Investigación y Educación Popular de los padres jesuitas, y de ONG sin rostro. Una suerte de lectura del tarot de la historia de Colombia para culpar de todos sus males a Uribe Vélez.
Pero es que nadie, o casi nadie, se ha detenido en averiguar quién es o fue, o si existió, o existe Joseph Contreras, un supuesto periodista cuya mejor hoja de vida es la que expone la solapa de su libro contra Uribe. Allí dice que estudió en la Universidad de Harvard, donde se graduó Magna Cum Laude, que es Máster of Science de la London School of Economics y director para América Latina de Newsweek. Pero si se hace una exhaustiva búsqueda del personaje en esos lugares, no hay rastro de él por parte alguna. En Newsweek hay un periodista llamado Joe Contreras, que hace una entrevista a Uribe el 24 de marzo de 2002, usando información del charlatán Gonzalo Guillén, uno de los mejor beneficiados por las actividades de Garavito. Además, Joe es sinónimo de Johannes, mientras Joseph lo es de Iosephvs. Algo va de Juan a José.
En uno de los correos que Garavito [jotamosca@hotmail.com] enviaba a sus corresponsables desde los Estados Unidos, firmado en Portland el 5 de mayo de 2002, titulado Historia de “El Señor de las Sombras” y del curioso seudónimo, afirma tajante: “Hablo del libro “Biografía no autorizada de Álvaro Uribe Vélez – El señor de las sombras”, que yo escribí en su totalidad y que firmé con un extraño seudónimo: Joseph Contreras”. Y en una adenda del 8 de agosto de 2004 narra su desventura con José Vicente Kataraín, que publicó el libro, y quien mediante una leguleyada le arrebató una buena parte de un apartamento que Garavito acababa de comprar. “El hecho es, dice Fernando, que me negué de plano a vender el pedazo de apartamento que todavía no he terminado de comprar y que constituye todo mi patrimonio, para pagarle a Kataraín la publicación de un libro mío que firma otra persona”. Y repite, como loco: la lengua es el azote del culo, la lengua es el azote del culo.
Es por eso por lo que una famosa periodista de grandes diarios y notables emisoras sostuvo entonces que el libro carecía de interés por ser una aburrida recopilación de datos movidos por el odio hacia la política del biografiado, o una suerte de granada de mano contra Uribe en los medios internacionales donde pudo ser leído, cosa que tampoco sucedió. Y no entendía cómo tan pretendido cotizado jefe editorial de Newsweek podía haber desarrollado de la noche a la mañana un rencor de exterminio contra un candidato presidencial desconocido, habiendo tanto tema que podría acaparar su tiempo. Finalizando con la pregunta del millón: Si no sabemos quién o qué está detrás de este libro, ¿por lo menos podemos preguntar quién lo pagó? ¿A quién le hacen los autores el mandado de escribirlo? ¿Por qué tanto afán, tanta premura, tanta falta de rigor periodístico?
Un fragmento de su “poema” Ejercicios de soledad, de Garavito, reza:
Lo más admirable de la mosca
no es su vuelo geométrico
ni su lenguaje de figuras,
sino esa suerte echada
que la obliga a aceptar el destino:
morir en un sitio sin boñiga,
donde sólo habita el olvido.
Garavito murió la madrugada del 29 de octubre de 2010. Dicen los que saben que se arrojó a un inmenso camión en una inmensa autopista entre Marfa, un pueblo de Texas y Alburquerque en Nuevo México. Álvaro Uribe Vélez está en la cárcel gracias a Joseph Contreras, un poeta que no existe.