Por: María Constanza Castellanos.
Colombia nuestro país, nuestra tierra, llena de contrariedades, alegrías y tristezas, amor y desamor, sus dirigentes alejados, su pueblo maltratado, sus sonrisas algunas veces disientes otras hirientes, no alcanzó por un solo instante a percibir la pérdida que le ocasiona la muerte de Gabriel Turriago Piñeros, el pasado domingo 4 de octubre de 2014, un hombre que soñó dormido y despierto por la reconciliación del país, que dedicó todos sus esfuerzos, sus días, sus noches y hasta su vida personal por las víctimas del conflicto armado, por restaurarles así fuera una pequeña sonrisa; hombre apasionado, poético, soñador y comprometido con la lucha de la reconciliación social y la Paz del país.
Nuestra amistad inicia con una llamada de un desconocido a una desconocida: «Me han dicho que eres la mujer más emprendedora que existe y no puedo darme el lujo de pasar por esta tierra y no conocerte», ese fue el inicio de una aventura donde pude entender el país, las comunidades vulnerables, los indígenas, su cultura, sus necesidades; fue así como sensibilice mi organismo, mi alma y mi espíritu, este hombre grandioso de los que ya no existirán con su sabiduría, su conocimiento y su sensibilidad social transformó mi vida.
Fue así como conocí Valledupar (Cesar), su gente sencilla y alegre, su música, ese son del vallenato que se adentró en cada uno de mis poros. Subí a Nabusimake, un territorio virgen donde los indígenas no dejan entrar sino a aquellos que consideran su gente más cercana, un territorio que sacudió mi interioridad, su tranquilidad, sus caminos inhabitados, profundos y exuberantes, su sencillez y su gente que con sólo una mirada me mostró otra mirada, otra cultura, la diversidad de nuestro pueblo.
Fue este amigo con sus pasos y sus conocimientos quien me fue enseñando la verdadera sangre que fluyen en este país de contrariedades, violencia, lleno de gente extraordinaria, escondida en las nebulosas de las montañas, en el vaho de los ríos, en el amanecer y atardecer de una vida dura, seres humanos con tantas necesidades que es imposible para una citadina como yo siquiera imaginar.
Poco a poco descubrí que mi amor por mi tierra era algo que teníamos en común y que yo hubiese sido absolutamente feliz como Él, de trasladarme a vivir a esa casita azul sin luz, sin agua, sin nada material tan sólo unas plantas sembradas con amor que florecen y marchitan con los días y que llena con su aroma el ambiente de sabiduría; de la misma forma como lo hacía en su apartamento de Valledupar, en aquellas muy pocas horas de ocio que le quedaban de su atareada vida. Vivir así en una casa donde sólo debía habitar el silencio y la armonía de ese aire que se adentra entre las montañas generando un respiro absolutamente transformador.
Todos los días muy a la madrugada y muy tarde en la noche mi teléfono sonaba siempre con un buenos días y unas buenas noches lleno de palabras amables, resumen de actividades, conclusiones de labores, ires y venires de esta vida. Mil carcajadas porque el humor de este hombre es sólo característico de los seres intelectualmente brillantes, cada palabra suya estaba colmada de construcción de ideas, planes para convertir este país en un país más amable al que tocaba, costara lo que costará, devolver la equidad porque como bien ÉL decía: «La Paz sólo se logra cuando se le devuelvan a las personas los derechos fundamentales: el derecho a la vida, la educación y la salud»‘. De estas ideas ahí salieron mil proyectos, muchos grupos, muchos muchachos maravillosos llenos de optimismo, alejados de la corrupción y llenos de ideales generosos y altruistas. Tanto proyectos que ÉL proponía y todos debíamos ejecutar, con poco tiempo para profundizar y mucho para soñar, fue así como aprendí a preguntar, a interrogar, cada llamada duraba varias horas entre un Skype disfuncional que siempre se caía, los minutos que siempre se acababan pero mis dudas y cuestionamientos siempre quedaban resueltos, porque yo quería llenarme con su conocimiento, estaba abrumada de todo lo que aprendía y de lo ignorante que era a mis 42 años de vida. Casi todas las llamadas estaban interrumpidas por reuniones, caminatas y viajes para ayudar a las víctimas del conflicto armado, a los campesinos, me llamaba llorando cada vez que mataban uno, dos o hasta más seres humanos, desaparecía por horas, días y meses en esta lucha suya por recuperar vidas, por alcanzar una paz justa y negociada.
Dedicó su vida y todos sus esfuerzos a defender los derecho de las víctimas del conflicto armado, los escucho, los alentó, los invito a dialogar y les enseño a participar, plasmando sus problemáticas en los sitios adecuados y oportunos para estas discusiones, trabajaba de sol a sol, nunca descansaba siempre preocupado por el prójimo y sus necesidades. Puedo decir que mi amigo Gabriel amanecía trabajando, pensando y reflexionando y anochecía con su grupo de trabajo del PNUD proponiendo y buscando un cambio social donde la equidad y el derecho a la vida fueron el gran lema.
Su presupuesto era insuficiente pero quienes lo conocimos podemos dar fe de su desprendimiento y espiritualidad frente a la vida, al desapego y a la libertad, sus ideales siempre estaban a la cabeza de sus prioridades, para ÉL lo importante era transformar y aportar, tenía claro que el poder llenaría su vida de arrogancia y de oscuridad.
Con principios y valores férreos cabalgó por esta vida suya llena de espinas y heridas emocionales siempre con la certeza de saber que una palabra, una sonrisa y un empujón transformaría la vida de muchos.
Peleaba con demencia y cada discurso que escuchaba me hacía llenar de admiración y respeto, ojalá existieran más hombres con esa capacidad generosa de anteponer siempre las necesidades de los demás frente a la propias, en este mundo donde cada uno se mata por obtener más, por ganar más, por alcanzar más; esas no eran ni ideas, ni sentimientos que atravesaran por el corazón de Gabriel, un hombre profundo, poético y amable para quien el pueblo colombiano se convirtió en una meta de construcción personal, desde los Montes de María hasta el Cabo de la Vela (Guajira) camino con sus ideas y principios muchas veces contradictorios para estas sociedades corruptas y maltrechas.
Se desprendió del dinero de una manera completa, sólo se ahogaba cuando sus dos hijos necesitaban algo que ÉL no podía entregarles, quería ser un papá comprensivo, presente y sufría mucho por no poderlo ser, me llamaba preguntando estrategias para sanar esas emociones, eso para lo que no era tan bueno la inteligencia emocional y así nuestra amistad combinó esas experiencias que cada uno tenían que aportar. Le ofrecí y propuse muchos cambios laborales donde el dinero con esa Hoja de Vida tan completa que tenía abundaría pero siempre existió un dulce no, de su tierra y de sus sueños sólo la muerte lo separaría en su incansable lucha contra la desigualdad y la maldad, era un hombre que verdaderamente cumplía lo que decía y actuaba de acuerdo a sus ideales, inquebrantablemente honesto y sincero con el mismo.
Hoy Colombia sufre una gran pérdida porque no creo que pueda volver a existir un hombre que se comprometa ante un fin colectivo con tanta dedicación, usando al máximo sus capacidades, su tiempo y su vida en busca de satisfacer a terceros que se ahogan entre tanta violencia y desamor.
Yo me siento una mujer afortunada de haberlo conocido, conocer su alma y haberme enriquecido con su intelectualidad y sus conocimientos propios de un hombre maduro que tiene la capacidad para comprender y apropiarse de un país tan diverso, conflictivo y lleno de colores, risas y locuras como lo es Colombia.
Ojalá Dios nos permita seguir recibiendo desde lo más alto su guía para continuar con esta labor social transformadora que inició. Que no cese su labor hagámosle honor a su nombre y concluyamos lo que nos invitó a construir.
Si Cada persona que lea este correo lo revira podemos entre todos hacerle un homenaje a este hombre que trató de transformar y reconciliar al país con sus sueños e ideales, cierren los ojos y hagan un minuto de silencio el resto está en sus acciones y las manos de Dios.