Por: Sixto González
Durante tres años, Gustavo Petro ha convertido su cuenta de 𝕏 (antes Twitter) en el principal escenario de un gobierno, en donde no solo la ha utilizado para anunciar decisiones, sino, que además es su sublime pizarra para librar batallas, construir relatos, imponer enemigos y distraer a una nación que se siente cada vez más agotada.
Lo que comenzó como una promesa de transparencia hacia la ciudadanía, se convirtió con el pasar de los meses en una herramienta de manipulación emocional, de propaganda ideológica y de confrontación permanente.
El presidente ha hecho de la red social un púlpito político desde el cual intenta moldear la realidad de nuestro país a su antojo. En lugar de construir unidad nacional, ha perfeccionado una estrategia basada en la fabricación constante de enemigos. Si no son “los medios mentirosos”, son “los empresarios egoístas”; si no es la “derecha apátrida y facha”, son “los jueces al servicio del capital”. La culpa siempre es de otro, y nunca del que preside.
A esta táctica se suma un nuevo ingrediente: la obsesión por los conflictos internacionales. Petro comenta a diario sobre las guerras en Oriente Medio, tensiones en Ucrania, disputas globales o decisiones de potencias extranjeras, como si él fuera un aclamado líder mundial, y no el presidente de un país, fracturado y violento. Con cada pronunciamiento sobre Gaza o Estados Unidos, solo busca erigirse como profeta global del humanismo, mientras, en Colombia las masacres rurales, los secuestros, las extorsiones y el control armado se multiplican.
Esa elección deliberada de mirar hacia afuera tiene un único propósito: distraer la atención nacional. Mientras el país discute los tuits sobre Israel o la OTAN, se apagan las luces sobre el fracaso de la “paz total”, el colapso de la seguridad ciudadana, la gran crisis en la salud y, la economía. Petro ha comprendido que es más rentable políticamente hablar del mundo que rendir cuentas sobre lo que no ha podido transformar en casa.
Pero esta estrategia tiene un costo muy alto: el desgaste político y moral de toda una nación. Los colombianos asistimos cada día a una avalancha de mensajes, acusaciones y teorías en las que se confunde gobierno con activismo, verdad con propaganda y liderazgo con histrionismo. El presidente parece gobernar más con el pulgar que con la Constitución. Y en ese frenesí digital, la figura presidencial se ha diluido en la espuma del algoritmo.
La paradoja es brutal: llegó al poder prometiendo unir a un país cansado de la guerra, y hoy lo mantiene atrapado en una guerra de palabras.
Mientras él busca enemigos en el extranjero, los colombianos vivimos sitiados por una violencia que nunca se fue, y que por el contrario se irrigó. El país no necesitaba a un canciller moral del planeta; tan solo a un presidente que mirara a su propio territorio, que escuchara más de lo que tuitea y que gobernara más de lo que se vanagloria.
Hemos aprendido a través del tiempo que cuando un líder convierte su cuenta de 𝕏 en su única trinchera, termina transformando a su pueblo en un espectador de su propia derrota.
Colombia se aproxima a una nueva contienda electoral y el cansancio ciudadano es evidente. No solo por la inflación, la inseguridad, el desempleo y un largo etcétera, sino, además, por la saturación emocional y mediática a la que ha sido sometida, al vivir pendiente de los erráticos impulsos en redes sociales del que hoy es; lastimosamente presidente.
El próximo mandatario deberá aprender de este error histórico: gobernar no es tuitear ni dividir ni fabricar enemigos para ocultar incapacidades. El liderazgo real no se construye con hashtags, sino, con resultados, humildad y respeto institucional.
El país no necesita otro predicador digital ni otro caudillo con complejo de redentor, sino que clama por un verdadero jefe de Estado, que devuelva la serenidad, que hable menos y escuche más, y que recupere el silencio en donde debería crecer la sensatez.
Porque si algo ha dejado claro este ciclo, es que nuestra nación no resistiría otro gobierno convertido en espectáculo. Colombia, no puede volver a ser campo de batalla de egos, ni el laboratorio de populismos que confundan opinión con verdad.
En las urnas que se aproximan, los ciudadanos tienen la oportunidad de decirlo con firmeza: nunca más un gobernante desde el trino.