A Trump… hay que creerle

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Por: José Félix Lafaurie Rivera 

A la gente hay que creerle, me decía Álvaro Gómez Hurtado, mi mentor en las épocas ya lejanas de las juventudes alvaristas. No era un ingenuo, pero sí un conciliador nato y un pragmático. La presidencia tripartita de la Asamblea que parió la Constitución de 1991 es un testimonio para la historia de esa condición, al lado de quienes eran sus enemigos políticos: el liberalismo clientelista en su máxima expresión y la guerrilla reinsertada que, inclusive, lo había tenido secuestrado.

Por ello, a los presidentes hay que creerles. La necesidad de un ejemplo me sirve para un paréntesis que tengo atravesado, a raíz del Decreto de Conmoción Interior 108 de 2025, que revive la expropiación administrativa de tierra que llaman “exprés”. El candidato Petro arremetió en campaña contra los propietarios de tierra y calificó de improductiva la utilizada en ganadería. El hoy presidente, aunque ofreció comprar la necesaria para reforma agraria y firmó con FEDEGÁN un acuerdo con ese propósito, no abandona su discurso activista contra los propietarios legítimos, ni los intentos -ya van tres- por disponer de un mecanismo de expropiación administrativa sumario, con el mínimo de recursos que garanticen el derecho del afectado a defender la propiedad de su predio.

Cierro paréntesis para plantear que, ante la nueva realidad política de Estados Unidos, al presidente Trump hay que creerle; no en vano, a pesar de su fracaso reeleccionista en 2020, está sentado nuevamente en la Oficina Oval, con una victoria rotunda, con el triunfo republicano en Senado y Cámara y una Corte Suprema de mayoría conservadora, es decir, con un entorno de gobernabilidad completa para hacer realidad su lema de campaña: “promesa hecha, promesa cumplida”, comenzando con la de “Hacer a América grande otra vez”, que sin duda cautivó a millones de votantes que, durante la administración demócrata de Biden, sentían estar perdiendo su apreciado “american way of live”.

Trump podrá no ser el presidente más agradable; su personalidad y hasta su gestualidad no gusta a muchos, pero eso es adjetivo, porque lo cierto es que, primero, tiene claras sus prioridades: migración, lucha contra las drogas y el terrorismo, pragmatismo en las relaciones con Latinoamérica, ligado a la conveniencia con los intereses de su país; así como el desmantelamiento de la llamada “cultura woke” de su administración y de la política pública de Estados Unidos. Y segundo, está convirtiendo esas prioridades en decisiones y acciones a una velocidad vertiginosa, con 200 órdenes ejecutivas en su primer día como presidente.

Siempre habrá protestas, pero su pueblo le está creyendo. ¿Y nosotros? Con el rifirrafe por los deportados estuvimos al borde del abismo, pues la decisión inicial de Trump habría colapsado nuestra economía en pocos días, comenzando por el sector floricultor con el San Valentín encima.

Hay dos caminos: levantar la bandera sesentera del antiimperialismo yanqui y quemar en las calles la de las barras y las estrellas, optando por un peligroso enfrentamiento con quien ha sido nuestro principal socio comercial y aliado en temas estratégicos como la seguridad y la lucha contra el narcoterrorismo, o bien, entender que estamos ante una nueva era, no solo en Estados Unidos sino en muchos países que hoy se reencuentran con los valores de libertad y verdadera democracia que, a pesar de sus imperfecciones, permitieron el desarrollo y la prosperidad en occidente.

No se trata de arrodillarse ante nadie, sino de pragmatismo y actitud conciliadora, “a lo Álvaro”, frente a los intereses casi siempre opuestos de las naciones; se trata de un entorno geopolítico mundial en el que no somos protagonistas.

En últimas, se trata de entender la realidad de una nueva era.

@jflafaurie

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