Por: Eduardo Padilla Hernández, abogado, presidente de Redvigila.
Cinco siglos antes de Cristo, el general Sun Tzu, estratega militar y filósofo de la antigua China, escribió “El Arte de la Guerra”.
Cuando leí ese texto, me puse a pensar: ¿Cómo es posible que se pueda escribir con tan excelente prosa un tema tan escabroso como la guerra?
Enseguida me vino a la memoria el poema “La belleza y la Muerte”, del poeta francés Víctor Hugo, que dice:
“La belleza y la muerte,
Son dos cosas profundas,
con tal parte de sombra y de azul
como hermanas terribles,
a la par que fecundas,
con el mismo secreto, con idéntico enigma”.
He aquí un resumen del Arte de la Guerra, la cual se rige por cinco factores constantes, a tomar en cuenta en las deliberaciones de uno, a la hora de buscar determinar las condiciones que se obtienen en el campo.
Por método y disciplina se entiende el mariscal del ejército en sus propias subdivisiones, las graduaciones de rango entre los oficiales, el mantenimiento de caminos por los cuales los suministros pueden llegar al ejército, y el control del gasto militar.
Toda guerra se basa en el engaño. Saca los cebos para tentar al enemigo. Estos artefactos militares, que conducen a la victoria, no deben divulgarse de antemano. Ahora el general que gana una batalla hace muchos cálculos en su campamento antes de librarse la batalla.
El general que pierde una batalla hace pocos cálculos de antemano. Tal es el costo de levantar un ejército de 100 mil hombres.
Cuando te involucres en combates reales, si la victoria tardara en llegar, entonces las armas de los hombres se volverán opacas y su ardor quedará amortiguado. Así, aunque hemos oído hablar de estúpidas prisas en la guerra, la astucia nunca se ha visto asociada a largas demoras.
No hay ningún caso de que un país se haya beneficiado de una guerra prolongada. Es sólo aquel que conoce a fondo los males de la guerra el que puede comprender a fondo la manera provechosa de llevarla a cabo. El hábil soldado no sube una segunda tasa, ni sus vagones de suministro se cargan más de dos veces. Trae contigo material de guerra desde casa, pero forraje al enemigo.
Así el ejército tendrá alimentos suficientes para sus necesidades. La pobreza de la hacienda estatal provoca que se mantenga un ejército mediante aportaciones a distancia. Contribuir a mantener un ejército a distancia provoca que la gente se vea empobrecida. De ahí que un general sabio haga un punto de forrajear al enemigo.
Un carretón de las provisiones del enemigo equivale a veinte de las propias, y de igual manera un solo picul de su proveedor equivale a veinte de la propia tienda. Por lo tanto, en la lucha de carros, cuando se han tomado diez o más carros, se debe premiar a aquellos que se llevaron los primeros. Deberían sustituirse nuestras propias banderas por las del enemigo, y los carros se mezclaban y usaban conjuntamente con las nuestras. En la guerra, entonces, deja que tu gran objeto sea la victoria, no largas campañas.
Entonces, también, es mejor recuperar un ejército entero que destruirlo, capturar un regimiento, un destacamento o una compañía entera que destruirlos. El general, incapaz de controlar su irritación, lanzará a sus hombres al asalto como hormigas enjambradas, con el resultado de que un tercio de sus hombres son asesinados, mientras el pueblo objetivo militar sigue sin tomar. Este es el método de atacar por estratagema. Al emplear a los oficiales de su ejército sin discriminación alguna, por desconocimiento del principio militar de adaptación a las circunstancias.
Pero cuando el ejército está inquieto y desconfiado, los problemas seguramente vendrán de los otros príncipes feudales. Esto es simplemente traer la anarquía al ejército, y arrojar la victoria.
Así podremos saber que hay cinco imprescindibles para la victoria
Ganará cuyo ejército esté animado por el mismo espíritu en todas sus filas. Ganará quien, preparado, espera para llevarse al enemigo desprevenido. Si te conoces a ti mismo, pero no al enemigo, por cada victoria ganada también sufrirás una derrota. Si no conoces ni al enemigo ni a ti mismo, sucumbirás en cada batalla.
Asegurarnos contra la derrota está en nuestras propias manos, pero la oportunidad de derrotar al enemigo la brinda el propio enemigo. Así el buen luchador es capaz de asegurarse contra la derrota, pero no puede asegurarse de derrotar al enemigo. Ver la victoria sólo cuando está dentro del rebaño común no es el acmé de excelencia.
No cometer errores es lo que establece la certeza de la victoria, pues significa conquistar a un enemigo que ya está derrotado. De ahí que el hábil luchador se ponga en una posición que hace imposible la derrota, y no pierda el momento para derrotar al enemigo. Es así que en la guerra el estratega victorioso solo busca la batalla después de que se haya ganado la victoria, mientras que el que está destinado a derrotar primeros combates y después busca la victoria. Un ejército victorioso opuesto a uno derrotado, es como peso de libra colocado en la báscula contra un solo grano.
Para asegurar que todo tu anfitrión pueda soportar la peor parte del ataque del enemigo y permanecer inquebrantable, esto se efectúa mediante maniobras directas e indirectas. Que el impacto de su ejército pueda ser como una muela salpicada contra un huevo, esto se ve efectuado por la ciencia de los puntos débiles y fuertes. En todos los combates, se puede utilizar el método directo para unirse a la batalla, pero se necesitarán métodos indirectos para asegurar la victoria.