Por: Rafael Rodríguez-Jaraba
No se entiende como personas educadas, o al menos reflexivas o medianamente informadas, pueden seguir apoyando a Gustavo Petro. Su ineptitud, incapacidad e ignorancia, son insuperables, sin mencionar su odio, rencor y resentimiento por la democracia. Petro es un comunista anacrónico, antisemita e incendiario.
El resultado de las últimas encuestas sigue demostrando la vertiginosa caída de su popularidad y la creciente desconfianza en su remedo de gobierno, así como la reprobación y rechazo a sus ocurrencias, desvaríos y desafueros.
Y es que cada día que transcurre, y, como era de esperarse, muchos de los seguidores de Petro, ante tanta torpeza e infundios, han empezado a entrar en razón, a recuperar el sentido común y a dimitir de una masa dócil y amorfa, aglutinada por la frustración, el odio y el resentimiento, lo que Petro bien sabe promover.
No hay duda, que de lo poco que sabe Petro, es de manipulación de masas, y, para lograrla, apela a la debilidad que produce la pobreza, así como la falta de educación, formación e información de muchos de los ingenuos o incautos que le votaron y aún lo siguen por mero utilitarismo.
Por su megalomanía extrema y su mesianismo ilímite, Petro desprecia la historia, desconoce la verdad y acomoda los hechos a su conveniencia, valiéndose de todo tipo de artimañas y patrañas para contagiar a sus seguidores de un negacionismo irracional.
Su manipulación en la comunicación es proverbial, y con el uso de su disparatado lenguaje, pretende embaucar a ciudadanos desorientados e infligir daño a sus opositores mediante solapadas agresiones que develan sus instintos viscerales.
Como experto en posverdad, en sus prédicas no tiene reparo en deformar la realidad, acomodándola siempre a su favor, con lo que infructuosamente intenta eludir su responsabilidad endilgándosela a otros. Tampoco tiene reparos en tergiversar la historia y desconocer la ciencia, mediante la exageración, la distorsión o la alteración, de manera que la balanza de la credibilidad siempre decline hacia su dicho.
Para eludir debates y no afrontar razonamientos ajenos, apela al escapismo, bien afirmando que no existen condiciones para dialogar, o bien, descalificando cualquier planteamiento que no coincida con su disparatada entelequia, para al final, posar de víctima de golpes blandos, duros o de Estado.
Otro recurso que emplea Petro, como manipulador profesional, es la descarga de ociosos argumentos, anécdotas y alterados ejemplos, para intentar debilitar a sus interlocutores y obtener la aceptación de quienes escuchan sus vacías peroratas.
Para aparentar autoridad, impone plazos perentorios para que sucedan hechos imposibles, impredecibles o imprevisibles, de los que él mismo es incapaz de determinar la oportunidad de su ocurrencia, con lo que transmite a sus súbditos, apremio y ansiedad para que tomen decisiones precipitadas. Petro, además de mentiroso incorregible, es un timador intimidante.
En sus perversas argucias, recurre a la ironía, la burla y el sarcasmo, así como a su destemplado y socarrón humor, para intentar minimizar o ridiculizar a sus oponentes. Petro es rudo en la ofensa e implacable en la descalificación ajena, con lo que busca impresionar e imponer autoridad ética y supremacía moral. Nadie más carente de ética y autoridad moral que Gustavo Petro.
De todos los artilugios de su oscura e insondable personalidad, probablemente el peor, es su rechazo a la evidencia, y de eso se han venido percatando cientos de miles de sus seguidores, que gradualmente se han ido llenado de razones para abandonar los toldos de un movimiento mesiánico y populista, empecinado en destruir la democracia, empoderar la criminalidad, restringir la libertad, debilitar la economía y entronizar el comunismo.
Los días que se avecinan no serán los mejores para Petro, y sus despropósitos y desinteligencias terminarán aislándolo y, de seguro, sumiéndolo en una profunda y peligrosa depresión de la que difícilmente saldrá.
No sería de extrañar que, en su desesperación, Petro termine convocando a la población a las calles para apremiar al Congreso que apruebe sus enrevesadas reformas, como tampoco extrañaría que reviva su “primera línea” para intimidar a la Nación y promover otro estallido criminal. De Petro, todo se puede esperar.
Ante tan seria amenaza, el Congreso de la República, la Corte Constitucional y el Consejo de Estado, no deben permitir que Petro destruya la democracia. Por su parte, la población civil, desprovista de posturas sociales, políticas, ideológicas o partidistas, debe seguir manifestando su repudio al gobierno, mediante marchas pacíficas y congregaciones cívicas que demuestren que, las calles y las plazas de Colombia no le pertenecen a Petro, como de manera frecuente, arrogante y amenazante lo afirma.
Como lo dije hace más de dos años, Petro terminará solo y atrapado en el laberinto que construyó con su propia villanía; muchos de sus secuaces en la cárcel; y, sus ingenuos electores, burlados, desengañados y arrepentidos.
Petro deshonra a la nación, socava la democracia y degrada la investidura presidencial. Su elección, demuestra el fracaso de la educación en Colombia. Es por eso que debemos seguir trabajando para que la educación sea formativa, cívica y democrática, y no informativa, ideológica y comunista.
Petro resultó inepto e incapaz, hasta para destruir; ojalá que la providencia lo haga sobrio, lo oriente y guíe, y lo condene a estudiar.
*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mag. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Catedrático Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.