Por Rafael Nieto Loaiza
Hay dos manera de entender la política, como conflicto o como solución. La primera hace énfasis en el poder y entiende su eje como una lucha en la que siempre hay vencedores y vencidos, alguien que gana y alguien a quien hay que derrotar.
Aunque no es la única que entiende de esa manera la política, la izquierda, por definición, la ve como un combate. La confrontación es la lógica de la dialéctica marxista. Marx y Engels, en el Manifiesto del Partido Comunista, sostienen que «toda la historia de la humanidad hasta ahora es la historia de la lucha de clases”. Esa lucha es la razón de la política. Marx, además, cree que esa contienda ha de ser violenta. En El Capital, dice que ”la violencia es la partera de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva”. Con Lenin hay un salto más: la violencia ya no solo es táctica sino estratégica, el medio para alcanzar la “liberación” de la clase obrera, según argumenta en ¿Qué hacer?.
La mentalidad marxista leninista de Petro, escondida por muchos años mientras que ascendía hábilmente en la política electoral, ha quedado en evidencia en estas semanas, tras fracasar su intento de conseguir, uno a uno y con sobornos si fuese necesario, los apoyos parlamentarios que necesita para sus reformas. Su narrativa ahora no solo es abiertamente confrontacional sino que alienta la «lucha de clases“. Así se entienden tanto su cada vez más agresivo discurso de odio como la sistemática descalificación de sus contradictores como oligarcas, esclavistas y explotadores o, peor, mafiosos, asesinos y genocidas. Es el uso del lenguaje como instrumento de deshumanización y anulación del otro, a quien hay que derrotar a cualquier costo.
Esa mentalidad también explica el recurrente uso del “pueblo» en el reciente discurso petrista, no como un concepto que recoge a toda la población nacional (como el pueblo es en una democracia) sino solo una parte de ella, la de los grupos minoritarios y los sindicatos afines, con concepción de clase e identidad ideológica. El trasfondo del proceso constituyente petrista es el de una nueva carta política construida por unos pocos, los suyos, no por todos. Una constitución de facción, antidemocrática, pero concordante con la visión contenciosa, conflictiva, que propone Petro, en la que pretende doblegar a quienes se le opongan. Todo para los vencedores, migajas o nada para los vencidos. Es la consecuencia natural de la visión del estado, de la sociedad y la política como escenario ya no solo del conflicto sino de la lucha de clases.
Pero los demócratas no tenemos que someternos a esa visión castrante, peligrosa y sangrante. La segunda manera de entender la política hace énfasis en el problema y su eje es encontrar y desarrollar soluciones. En esa búsqueda y su consecuencia, las soluciones, no hay vencedores ni vencidos, todos ganamos, no es un juego de suma cero.
«Cuanto más complejas se vuelven las sociedades, y más complejas son las redes de interdependencia dentro y fuera de los límites de las comunidades y las naciones, un mayor número de gente estará interesada en encontrar soluciones ganancia-ganancia en lugar de soluciones ganancia-pérdida […] porque descubrimos que cuanto más crece nuestra interdependencia, generalmente prosperamos cuando los demás también prosperan”, decía Bill Clinton con lucidez.
En este contexto, lo relevante en la política no es el poder para vencer y someter al vencido sino el poder para facilitar y fomentar la identificación de los problemas de nuestras sociedades y la búsqueda y la construcción de las soluciones (lo que da especial valor al conocimiento y, por tanto, a la tecnocracia que persigue Petro), así como el trabajo en equipo, cooperativo y no confrontacional.
En esta visión de la política se construye, no se destruye; se hacen reformas no revoluciones; se incluye, no se excluye; se suma, no se resta; se busca el bienestar de todos, no de unos pocos; se amplía la democracia y se evitan las autocracias. Y la manera de calificar el éxito o el fracaso político se hace evaluando si las soluciones propuestas y ejecutadas resolvieron bien o mal los problemas sociales y económicos que pretendieron remediar. Es la realidad de la solución lo que se premia, no la carreta ideológica.
Los demócratas tenemos el reto de enfrentar a Petro, de develar y parar su deriva autoritaria y de prepararnos para la confrontación que se desprenderá del autogolpe, si se decide a darlo. Pero también tenemos la obligación de ofrecerle a los ciudadanos propuestas de solución para los enormes problemas que nos enfrentamos y los colosales desafíos que nos dejará este gobierno nefasto. Nuestro deber es hacer política constructiva, política de soluciones.