Por Rafael Nieto Loaiza.
El gasto público crece de manera mucho más rápida que el producto interno bruto y que el recaudo. Por mucho que doblemos los ingresos tributarios en diez años, como efectivamente hemos hecho, siempre serán insuficientes. Así no habrá jamás reforma tributaria que alcance.
Nuestra recaudación como porcentaje del PIB está por debajo del promedio de América Latina. De acuerdo con las Estadísticas Tributarias de América Latina y el Caribe, para el 2020, último año comparable, el porcentaje en Colombia fue de 18.7%, 3.2 puntos menos que el de la región (21.9%)).
Es cierto que hemos ido mejorando mucho ese recaudo. Hace diez años, fue de 99,2 billones y para este 2022 se espera que esté alrededor de 210 billones.
Ahora, a pesar del crecimiento de los ingresos fiscales, estos han sido tradicionalmente insuficientes para financiar el gasto público. Gastamos mucho más que lo que ingresamos y hay un aumento permanente del déficit fiscal, déficit que se agudizó durante el 2020 cuando el gobierno aumentó las erogaciones para enfrentar la pandemia.
El problema está en el crecimiento desmesurado del gasto público. El presupuesto general de la Nación en el 2010 era 148 billones y para este año ya fue de 350,4 billones. El que ha pasado Petro es de 405,6 billones, un 16% más alto que el de este año y casi el triple que hace trece.
El gasto público crece de manera mucho más rápida que el producto interno bruto y que el recaudo. Por mucho que doblemos los ingresos tributarios en diez años, como efectivamente hemos hecho, siempre serán insuficientes. Así no habrá jamás reforma tributaria que alcance.
Y esa discusión nunca se tiene. De entrada se asume que, como el déficit fiscal crece, es indispensable aumentar el recaudo tributario y nadie se pregunta si el gasto público tiene o no sentido.
Por eso el Gobierno se niega a reconocer que, en estricto sentido, no se necesitarían los 22 billones de pesos en que se ha ajustado la tributaria. Solo el sector petrolero y minero dejará este año 34 billones adicionales de ingresos para el Estado y hay que sumar el recaudo adicional por el magnífico crecimiento de la economía hasta mediados de año. Pero si se aumenta en 55 billones de pesos adicionales el presupuesto…
Para rematar, el Gobierno, que se ha negado sistemáticamente a desglosar en qué se gastaría específicamente la gigantesca reforma tributaria que pretende, acaba de decir, en boca del MinHacienda, que los recursos irán para “gasto social, temas ambientales, fomento de la pequeña empresa y los programas de paz”.
Más allá de la preocupante vaguedad sobre su destino, lo que sí queda claro es que los nuevos recursos no irán a cerrar el déficit fiscal sino a financiar más gasto. Muy al contrario, lo previsible es que ahonde el problema en lugar de contribuir a resolverlo.
La reforma, además, no contribuye a balancear las fuentes de ingreso sino, al contrario, aumenta el impuesto de renta de las sociedades, ya excesivamente alto, e impulsa los empresarios a sacar sus capitales. Y tiene un demoledor impacto negativo en materia de inversión y crecimiento que siempre es malo pero que es peor en estas circunstancias de incertidumbre internacional, aguda devaluación del peso, alta inflación y riesgo serio de recesión global.
Cualquier tributaria que castigue el crecimiento de la economía es indeseable. El crecimiento es el gran responsable de reducir la pobreza. Pues esta reforma no solo lo castiga sino que lo pasa al paredón.