Invadido por la curiosidad, inicié una búsqueda por la verdad de lo ocurrido a comienzos de febrero de 1956 en la Plaza de Toros de Santa María. Eran tiempos de Rojas Pinilla, nuestra única dictadura del siglo pasado, Bogotá llegaba por primera vez al millón de habitantes, y la Plaza, inaugurada en 1931, era el epicentro de encuentro de lo más granado de la sociedad bogotana. Pero hay un hecho poco conocido y muy olvidado, la masacre ocurrida el 12 de febrero, que marcó un antes y un después en la caída de “Guropín”, como llamaban a Gustavo Rojas Pinilla.
Lo primero que concluyo es que cuando hay censura de prensa, la “verdad” se diluye en el tiempo, porque la historia se va tergiversando de boca en boca. He encontrado en los medios escritos confusión en cuanto a la fecha de los acontecimientos, pues unos hablan del 5 de febrero y otros del 12. Tal vez irrelevante para este escrito, pero muy relevante para resaltar que, sin el cuarto poder, la verdadera historia jamás la sabremos.
El periodista de El Espectador, Fernando Araujo Vélez ha escrito dos columnas sobre los acontecimientos en La Santa María, “Sangre Aplausos y Arena” en 2008 y recientemente, en 2019, “Sangre Chiflidos y Arena”, y en las dos trae la siguiente cita: “y Espinosa escribió: “El muy equilibrado y objetivo periodista Carlos J. Villar Borda —presente en el coso— me aseguraba, años después, que no hubo menos de 600 muertos aquella tarde”. La cita, la encontró en el libro de Germán Espinosa Villareal “La verdad sea dicha”. Pero, “la verdad sea dicha”, esto es falso, pues realmente Carlos Villar-Borda, nunca estuvo en el “coso”. Es más, detestaba la fiesta brava y fue el único condenado por la famosa masacre de la Plaza de Toros y no por haber participado, sino por haber escrito al respecto.
To make the long story short, el 5 de febrero de 1956, lo más selecto de nuestra sociedad asistía a una corrida de toros, y al llegar la hija del Dictador, María Eugenia Rojas, conocida como la “Nena”, en compañía de su esposo Samuel Moreno Díaz (padres de Samuel e Iván Moreno Rojas, condenados por corrupción) hubo una rechifla monumental. Dicho abucheo público provocó la cólera del Dictador, quien, para la corrida del domingo siguiente, 12 de febrero, obtuvo un número de entradas significativo para que miembros del Servicio de Inteligencia de Colombia (SIC) asistieran a la corrida y evitaran una nueva ofensa pública a la niña de sus ojos. La violencia del Servicio de Inteligencia y demás miembros de la fuerza pública presentes contra los asistentes contrarios al régimen, dejó multitud de heridos y un número de muertos indeterminados.
Recordar que, por ese entonces, se había instaurado una férrea censura de los medios que se atrevían a criticar al régimen. El General clausuró a El Tiempo, El Espectador y El Siglo, entre otros, y el Diario Oficial, se convirtió en el medio de divulgación oficial. Sobre la censura y los periódicos alternativos que circularon hablaremos en otra columna.
Volviendo a Carlos Villar-Borda, por ese entonces, trabajaba para la UP (United Press), y pese a no haber estado presente, realizó una nota de prensa al respecto, que remitió a Nueva York. Dicha nota, le causó una denuncia directa del director de la SIC, General Ordóñez, quien lo acusaba de difamación al régimen, y otros delitos, por haber violado el famoso Decreto 3000 de 1954, que le sirvió a Rojas Pinilla para censurar y cerrar los principales medios de comunicación de la época. Le cancelaron su credencial de periodista y le aplicaron una multa de 7.500 pesos. Villar-Borda, lo resume en su libro “La pasión del periodismo” así: “El dudoso galardón que obtuve de esta historia es el de ser la única persona condenada hasta la fecha por los sucesos de la Plaza de Toros”.
Nunca sabremos cuántos muertos hubo realmente, El Colombiano habla de 9, el régimen de 1 borracho, otros de 36. Lo que sí sabemos, es que este episodio fue uno de los detonantes de la caída de Rojas Pinilla. Villano en 1957 y convertido en héroe en 1970, cuando la historia cuenta que le robaron la elecciones. Somos un país de contradicciones.
Colombia convierte a los héroes en villanos y a los villanos en héroes.
Entre los cinco militares que formaron la Junta que reemplazó a Rojas, había uno que era el encargado de la seguridad del régimen, con la facultad de no consultar a su jefe las decisiones que tomaba. Ese fue el que dio las ordenes para el despliegue de violencia e intimidar a la oposición. El General dejaba así su conciencia tranquila. Esos mismos le ofrecieron sostenerlo en el poder a sangre y fuego, y él no quiso llegar a esos extremos, por amor a Colombia. La familia del General era siniestra.