¡A rey muerto, rey puesto!

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Por: Mario Arias Gómez

Luego de una elemental elucidación, del porqué del lánguido final del agotado, hermético e impopular gobierno Santos, concluyo que obedece, entre otras razones, al descontento con la rancia clase política que lo rodea, al impúdico manejo de lo público, del erario; a la creciente y galopante impunidad de la que inmemorialmente ha gozado la primitiva y decadente dirigencia, mimetizada en los desleídos partidos, cuya memoria han mancillado, festinado su honorífico título de ‘históricos’. Clanes carcomidos por la aluminosis de la corrupción, súbitamente desplomados -como castillo de naipes- en la última elección. Partidos a los que solo les falta extenderles la partida de defunción.

Felizmente retoñó -el mismo día- un consolador liderazgo, Iván Duque (41 años), un claro respiro democrático, admirado por muchas y buenas razones, del que desinteresadamente espero, se sintonice prontamente con el país, gracias a un pulcro y transparente proceder, alejado de extremismos, sectarismos, con irrestricto apego a la legalidad, que impulse el emprendimiento; la equidad; la reparación de las víctimas del conflicto armado; que se confirme como enemigo acérrimo del flagelo del narcotráfico, la corrupción, que obre en función de mejorar las condiciones de vida, de elevar la movilidad social, al servicio “DE TODOS Y PARA TODOS”; que saque la nación de la cataléptica situación de confusión, confrontación, que la tiene en cuidados intensivos.

Ingente tarea que le espera al cualificado, incontaminado y sereno líder -por elección, no por sucesión o nombramiento-; un fenómeno de opinión, cuya acertada posición ideológica de centro -sólida como una roca-, lo catapultó indudablemente. Adalid, con aires de cambio, defensor de la vida, la libertad, las oportunidades para todos. Un guiño de renovación, que no pasará -seguro- desapercibido.

Bastó una legislatura, para que sobresaliera sobre el montón, su exultante inteligencia, acendrado patriotismo, don de gentes, socrática formación -académica, económica, humanística, jurídica-; translúcida trayectoria, experiencia internacional, reconocido por tirios y troyanos, aun por los enconados rivales, fortalezas que le valieron, para ser certificado, como el más productivo Senador (período 2014-2018), apartado de las odiosas maquinarias, del repugnante clientelismo, la ‘mermelada’, las tajadas presupuestales.

Gratísima impresión dejó su noble, paternal y desprendido discurso de victoria, que contrastó, con la energúmena y ensoberbecida perorata redentorista, de su ‘Alteza’, el meditabundo e inefable ‘patán de los aguacates’ -que tan fundados temores despierta-, quien, en tono amenazante, descortés, enardecido, revanchista, marcado por el sinsabor de la derrota, anticipó -vociferante- que utilizará el mediático púlpito remunerado del Congreso, para su falaz agenda confrontacional de ‘resistencia’, que desenmascaró sus torticeras intenciones: boicotear al gobierno; exacerbar la lucha de  clases -echándole más gasolina al fuego-, a objeto de hundir en el caos -con su horda de desadaptados- la República.

Por fortuna, el gobierno dispone de la gobernabilidad necesaria, para enfrentar virilmente al maquiavélico tiranuelo; materializar los sistémicos cambios, apoyado en la meritocracia, y en las bienpesantes fuerzas que se acogieron al conciliador proyecto triunfante -sumados los antiuribistas, de regreso de la secta: ‘Colombia Humana’- ejecutado por un gabinete paritario (femenino, masculino), con altísimos pergaminos metodológicos, sin cuestionamientos, ni egoístas intereses banderizos, tutelados por quien se reconoce, libre de ataduras: ‘no soy títere’ del expresidente Uribe, a quien le cae bien inspirarse en la patriótica arenga de Acevedo y Gómez: «Si perdéis estos momentos de efervescencia y calor, si dejáis escapar esta ocasión, única y feliz”, para brindarle a sus compatriotas la oportunidad de reconciliarse, de no, la historia y las nuevas generaciones venideras, ‘os lo demandarán’.

Conociendo el almendrón, es impensable -para muchos- tan luminoso y quimérico gesto de grandeza, que posibilitaría los correctivos, a la extendida y penosa crisis moral, que derrumba la institucionalidad. Es sabido que la idiosincrasia colombiana, soporta fácilmente los errores políticos, pero no tolera, de la incorregible y obstinada clase política, el más leve desliz de infidelidad, de aquellos que, a última hora, corrieron a escamparse en el alero de la invencible candidatura, empañada, por los susodichos discípulos de los amnésicas: Pastrana, Samper, Gaviria. Insepultas momias que descuadernaron al país, dejándolo al borde del abismo.

“Cuando se construye y no se destruye, el futuro es de todos”, exhorta el coherente y racional mandatario -elegido con una votación sin precedentes-, quien promete gastar las energías, destensando la patria, trabajando por unirla, por consolidar la armonía, de modo que cauterice las heridas; corrija la afrentosa inequidad y rumbo, al mal piloteado barco nacional.

Concluyo, con una frase de cajón: Si a Iván Duque le va bien, a Colombia le va bien.

Bogotá, D. C. junio/2018

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