Por: José Félix Lafaurie Rivera
Como lo he repetido muchas veces quizás, este tema me devuelve sin falta a Álvaro Gómez Hurtado, un gran colombiano que le planteó al país un gran “Acuerdo sobre lo fundamental” y, como la coherencia era uno de los rasgos de su talante, no dudó en sentarse en triunvirato a presidir la Asamblea Constituyente que derivó en la Carta del 91, con su adversario histórico, el Partido Liberal, y con un miembro del grupo guerrillero que apenas tres años atrás lo había secuestrado.
Han pasado tres décadas y, hoy, otro miembro de esa guerrilla, reinsertada con indulto en 1990, ocupa el solio de Bolívar y pone sobre la mesa, nuevamente, el tema del Acuerdo Nacional; lo había hecho en campaña, pero entonces era inevitable desligarlo de los cálculos electorales, como hoy se podría pensar que, simplemente, se trate de ganar gobernabilidad.
Como sea, si me preguntan, creo que el país necesita, hoy más que nunca, de un Gran Acuerdo Nacional, algo de lo que no solamente se está hablando en la Casa de Nariño.
¿Por qué se necesita ese gran acuerdo entre los colombianos?
Primero, porque llevamos más de ¡dos siglos! en una vorágine de violencia en medio de la cual se han aplazado, no tanto unas reformas u otras, sino la consolidación misma de la nación próspera para todos que debería ser Colombia. En guerra todo el siglo XIX; con una “gran guerra” comenzó el XX, marcado luego por la violencia política, la guerrillera, la marimbera, la paramilitar, la cocalera; todas hoy, en pleno siglo XXI, condensadas en la violencia narcoterrorista.
Segundo, porque el país, hoy como nunca, está amenazado, desde sus cimientos -su democracia-, por la violencia y el poder corruptor del narcotráfico.
Tercero, porque el país ha estado siempre fragmentado -por eso las guerras y la violencia- y hoy lo sigue estando, entre izquierdas y derechas; entre la falsa narrativa de amigos y enemigos de la paz; entre pobres y ricos, entre la Colombia rural y la urbana.
Y finalmente, porque este escenario, que no es de coyuntura, sino estructural, histórico, ha hecho que el país pierda la fe, que no crea en las instituciones: en el gobierno, en el Congreso, los partidos y la clase política; en ¡la justicia! -gravísimo-; en los órganos de control…, en nada. Y con la fe, el país ha perdido -dicen- lo último que se pierde: la esperanza.
El para qué de un Acuerdo Nacional es solamente una conclusión de Perogrullo: Para recuperar la esperanza; ¿en qué?: en la paz, que no es solamente el silencio de los fusiles y el final de la violencia, sino lo que viene después: el progreso y el bienestar para todos, algo en lo que bien vale la pena estar “esperanzado”.
¿Cómo alcanzar un Acuerdo Nacional? Si es verdaderamente nacional, con una gran participación; y… ¿cómo concitarla? Aquí es donde los grandes líderes políticos, en el Gobierno y su coalición, en la oposición o en la neutralidad, todos los líderes políticos, o “pelarán el cobre”, o podrán sacar a la luz los kilates de su grandeza y el tamaño de su liderazgo.
Sí, un Acuerdo Nacional no puede ser el resultado de “concilio” a puerta cerrada entre políticos, pero esa necesaria “paz política”, que obliga a dejar a un lado el agravio, la diatriba y la estigmatización, es sustrato y condición de un acuerdo al que puedan sumarse los empresarios, los sindicatos, los políticos, las iglesias, la Academia, los jóvenes, el país entero… Un acuerdo deseable… Ojalá así fuera.
@jflafaurie