Por Sixto Alfredo Pinto
Opinión
Es realmente exasperante. ¿Se pueden imaginar a un tipo tan inmoral que prefiere dormir tranquilo a aceptar un «agradecimiento» por mirar hacia otro lado? Hablo, claro está, del jurista Eduardo Padilla Hernández, un hombre con una ética tan molesta que le ha arruinado el negocio a medio Córdoba.
Mientras cualquier persona normal entendería que la plata pública está ahí para ser… bien administrada con un modesto porcentaje de «comisión de gestión», este señor se dedicó, en su etapa como veedor, a una actividad casi delictiva: presentar denuncias. No fueron 54. Fue un sin número, una verdadera lluvia ácida de papeles judiciales que caía sobre fiscales y hasta la Corte Suprema. ¡Un terrorista de la transparencia!
Es comprensible el pánico de la clase política. Uno invierte años en tejer sus «contactos», en aprender el arte de la «gestión», y llega este aguafiestas a creerse que las leyes están para cumplirse. ¡Qué falta de profesionalismo!
La escena en la finca debió ser patética. Un grupo de respetables señores, algunos con posgrados en «malabarismos contables», pasando el sombrero para reunir 500 millones. No para un hospital, sino para declarar insubsistente la virtud misma. Es como querer comprar el sol porque les quema los ojos acostumbrados a la penumbra.
Y lo mejor es la traición interna: «el que ese día fue oído hoy es boca». El mismo que aplaudió la idea ahora la delata. En el mundo de los «honorables» corruptos, la lealtad vale menos que el billete más pequeño de la vaca.

¿Y qué decir de la «honorabilidad» de Padilla? Es de un mal gusto absoluto. Mientras todos entienden que un cargo público es la lotería, él insiste en eso de «servir a la comunidad». ¡Quédese con ese discurso para las campañas, hombre! En la vida real, se supone que debemos enriquecernos como Dios manda.
Pero hay algo que estos genios de la finca no calcularon: no se puede comprar lo que no tiene precio. No hay suficiente dinero en todas las cuentas offshore del mundo para comprar la paz de quien no tiene nada que ocultar.
Así que sigan con su vaca, señores. Reúnan millones. Porque mientras más se afanen en sacar a Padilla, más evidente harán lo que Córdoba ya sabe: que tienen más miedo a un hombre honesto que a cien años de cárcel.
Al final, el chiste se escribe solo: ¿Cuántos políticos corruptos se necesitan para cambiar una bombilla? Ninguno, prefieren declarar la luz insubsistente y quedarse en la oscuridad que tanto aman.
¡Que les vaya bien! O más bien, que les vaya como merecen.










