La Hamaca Grande, un Mensaje Contundente

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Adiós a Adolfo Pacheco, el gran juglar sabanero.

Por Eduardo Padilla Hernández.

Con la muerte de Adolfo Pacheco Anillo, el pasado sábado, recordé una cosa curiosa que oí hace tiempo cuando la ciudad de Cali estaba celebrando su aniversario.

En la emisora que transmitía esas efemérides, la consola mezclaba la voz, como banda sonora, con la canción La Hamaca Grande.

Y, en efecto, el locutor dijo: “Agradecemos al maestro Adolfo Pacheco Anillo el honor que nos hizo por el hecho de haberle compuesto esta bella canción al departamento del Valle del Cauca”.

Los sabaneros que viven en Hollywood, quizás dijeron: ¡Oh, cielos! ¡Qué está diciendo!

Pero el animador expresó esas palabras, porque él no sabía que el cantautor de la Sabana no mencionaba en su obra al Valle del Cauca, sino al Valle del Cacique Upar (Valledupar).

El comunicador estaba confundido porque una estrofa de la legendaria melodía, dice:
“Compadre Ramón,
le hago la visita
[pa] que me acepte la invitación.
Quiero, con afecto, llevar al VALLE
un cofre de plata,
una bella serenata
con música de acordeón,
con notas y con folclor
de la tierra de la hamaca”.

Pero ese anunciador, sin proponérselo, fue el primero que hizo extensivo a otros espacios de Colombia el mensaje de unión creado por el juglar de San Jacinto, departamento de Bolívar.

Recuerdo que, hace varios años, recibí una llamada del Jorge Pretelt y sus amigos, para invitarme a que contribuyera con el proyecto de un libro en homenaje al maestro Adolfo Pacheco.

Yo me apunté sin vacilar y fui uno de los mayores mecenas de la obra titulada: “Adolfo Pacheco, el juglar de los Montes de María”, publicada en homenaje al cantautor sanjacintero, porque los homenajes deben hacerse cuando el personaje está vivo todavía. Esa edición estuvo dirigida por Jorge Pretel y varios de sus amigos.

Mi colega, el abogado Pedro Castellanos, refiriéndose al juglar de la Sabana, dice que “Pacheco era un hombre costumbrista, autóctono, auténtico, de la región. El era un maestro, no sólo en el ámbito poético, sino también en el sentido literal, pues fugió como docente en varios colegios del departamento de Bolívar, ya que él había estudiado varias carreras profesionales, como derecho, en la Universidad Pontificia Javeriana de Bogotá, entre otras. Adolfo era un poeta, un compositor innato. Les imprimió un halo académico a sus canciones y, al mismo tiempo, fueron muy elaboradas, de tal manera que sus obras rebasaron las fronteras patrias. Todo ese acervo cultural tiene su origen en la fusión del tambor africano, la gaita o flauta indígena y los gallos finos españoles. Adolfo nos mostró el camino de nuestra identidad, pues no somos negros, ni indios, ni blancos. Somos el cuarto hombre nacido en Suramérica”, finalizó diciendo mi amigo Pedro Castellanos.

Luego, El Viejo Miguel, El Hombre del Espejo, no sólo llegó a Barranquilla, con Mercedes, mientras “El Mochuelo” trinaba en los Montes de María y “El Cordobés”, de Nabo Cogollo, ganaba todas las peleas en las galleras de Cereté:

“Que se alisten los pollos de la cuerda sabanera
para el año entrante cuando haya concentración,
porque ya Nabo me mandó, un pinto blanco del Costeña,
de los que ensucian las espuelas
cuando pican al contendor.
Tiene bella estampa, brioso pico estirador,
como son los pollos y gallos de Cereté.
Y yo lo puse «El Cordobés»,
Nabo Cogollo bien lo sabe,
que cuando pica a un [pata suave]
sangre en la arena ven correr.
Canta pinto blanco, hazle honores a tu raza,
y que te acompañe el Nazareno de la Cruz,
pelea como sabes tú.
¡Haz de tu pata la metralla!
Para que sepan en la valla
cómo pelean los del Sinú”.

El Cordobés ha llegado a ser considerado una especie de himno popular en Cereté. Fue una de las canciones triunfales con que fuera recibido el boxeador cereteano César Canchila, luego de obtener el fajín de campeón mundial mini mosca en 2008. El púgil dijo que se le puso la piel de gallina al escucharla en los altoparlantes del MGM Grand Garden Arena, en Las Vegas, Nevada, Estados Unidos.

Los pueblos de todos los continentes han disfrutado de la Hamaca Grande, se han mecido en ese tálamo aéreo, que inicialmente causó “Un Tropezón” musical en Valledupar, pues, cuando fue interpretada por Andrés Landeros en la tarima Francisco El Hombre de Valledupar, en el marco de un festival, La Cacica Consuelo Araujo Noguera creyó que Adolfo Pacheco le estaba dando un jalón de orejas a la Escuela Vallenata, pero después comprendió que el propósito de Pacheco Anillo era el de cerrar la brecha que había entre el Folclor Vallenato y el Sabanero.

El juglar partió hacia una gran nube musical, pero dejó su legado de unión, cuyo fruto será su “Majestad” la paz y la tranquilidad.

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Eduardo Padilla Hernández
Eduardo Padilla Hernández

Abogado, Columnista y Presidente Asored Nacional de Veedurías


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