Hernando Marin

Hernando Marín, un compositor invencible

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En septiembre de 1999, hace 20 años, Hernando Marín Lacouture, brillante compositor costumbrista de música vallenata, murió en un accidente de tránsito. Hoy  la memoria de este verdadero juglar está más viva que nunca. Se le recuerda en todas las parrandas, foros y conversatorios donde el vallenato mayor es consentido.

Por Edgar de Castro.

@Edetor

«La  Creciente», fuerza natural, excitante y emotiva que se desata después de un gran nubarrón, inspiró una de las obras más bellas de nuestra música vallenata. Una de las primeras canciones que aprendimos completa. Fue fácil, con letra y melodía y aunque en esos años no entendíamos de amores y desamores la pasión y alegría que generaba en todos sellaron esos sentimientos.

«La Creciente» es también la crónica melódica y seductora que concibió el afecto perenne e inmutable por un folclor que hace parte de nuestra construcción social. Tanto que es inevitable caer cautivo de la sublime manera como su autor compara el desbordante  y desenfrenado caudal con su interno torrente amoroso. Era obvio que solo un genial orfebre de la lírica podía embrionar y dar a luz algo tan bello.

Regocijados descubrimos que el padre de esa y otras melodías del folclor era un genio campesino nacido en nuestra región guajira, a minutos de la casa, con nuestras mismas costumbres. Pletórico de sanas picardías, bondades y sensibilidades. Un apóstol que se deleitaba con lo que nos deleitábamos y se abatía con lo que nos afligíamos.

A Hernando Marín Lacouture, a quien nunca vimos personalmente y jamás dimos la mano, lo conocemos integralmente. Sabemos cómo entendió el mundo, la amistad, la alegría, el compadrazgo, el humor y el dolor, pues sus canciones son sus mejores garantes y escuderas. Ellas lo describen como ser humano, como poeta, como padre, hijo y amigo. Un campesino parrandero.

En Marín los dones se multiplicaron. En él había razón, pasión y corazón como persona y como músico. Sus canciones, magistrales manuales del comportamiento humano, nos enseñaron historia, geografía, religión, esoterismo, erotismo y sociología. También gratitud, amistad y vida. «Nando», fue cómplice de nuestros pininos de amor, y aliado que expresó en sus versos aventuras olvidadas o que no nos atrevemos a contar.

Su antología de canciones declaran lo que en nuestro corazón duerme o no decide revelar. Con ellas cantamos alegres o nos encogemos conmovidos. Enamoramos y pedimos perdón. Su sensibilidad fue tan fina que por allá en los años sesenta se inspiró agradecido en “Placeres Tengo”, un burrito con el que compartió retozos de niñez.

Solo él, en uno de sus salmos, pudo «descubrir en el polen de una flor la huella que dejó un suspiro enamorado, y en Dios la primera canción de su pueblo adorado«. (Canción “Ese Soy Yo”).

Nadie como “Nando” pudo plasmar el amor a sus «Muchachitas» en esa profecía hermosa dedicada a sus hijas.  Su lira audaz fue tanta que se atrevió, como buen contestatario, a legislar contra la injusticia social con la «Ley del Embudo», y abrazó su  macondianidad cantándole a una alucinante «Bola de Candela».

Marín en su obra  “El Invencible” se retrató como un luchador que esgrimió como espada de lucha su corazón alegre, cabalgando glorioso cual caballero guerrero sobre la letra de sus canciones, cantando himnos de victoria con conjuntos de acordeones. Semejante armamento poético le bastó para ganar todas las batallas. Su guitarra, su voz y su simpatía fueron invencibles.

Igual que encaró sus justas líricas, con su espíritu atalaya de la paz, enlazó a pueblos hermanos con canciones como “Vallenato y Guajiro”, y unió con besos interminables a negros con blancas, y a guerrilleros con soldados, en «Canta Conmigo», una de sus más bellas poesías de pensamiento estético.

Su «Dama Guajira» fue la musa a quien dulcemente cantó siempre. Su terruño le excitó esa indisoluble armonía entre madre e hijo. Fue como un pacto de amor, La Guajira le dio la vida, él a ella su alabanza. Ganó todos los festivales donde concursó, su guitarra, su voz y su simpatía deslumbraron. Nadie conoce una canción intrascendente de Marín. Le cantó a lo bueno y a lo cabal. Para él lo trivial no existió.

Hoy la memoria de este verdadero genio y juglar está más viva que nunca. Su catálogo se recuerda en todas las  parrandas y casas donde el vallenato mayor es consentido.  Su muerte es aún lamentada. Este septiembre se cumplen veinte años.

Sería atrevido cuestionar su temprana muerte. Quizás vivió lo suficiente para consumir su tratado hermoso, quizás le faltaron años. Para homenajearlo serán necesario tomos y tertulias eternas, y siempre faltará tiempo y espacio para honrar su maravillosa obra.

Hernando Marín es y debe ser siempre orgullo nuestro, del ser caribeño, de la sensibilidad propia de una región ungida para  parir un misionero clarividente como él, que logró que se besaran el arte con el pueblo  y se fundieran la amistad con la sabiduría.

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La Otra Cara
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Periodismo Investigativo


Un comentario

  1. Desde mi concepto nando Marín, ha sido uno de los mejores compositores que ha tenido la música vallenata en todos los tiempos. Cuando mi Dios se lo llevo (sin ser blasfemo), cortó el envión que traía la música tradicional, con fundamento natural y sentimental. Gracias a Dios dejó a sus hijos para que prolongarán ese legado.
    Si ustedes pueden ver, los demás compositores se dedicaban a realizar arreglos sobre determinadas situaciones que se presentaban, pero Marín con su corte social tuvo varias facetas. Así.como le cantó a Villanueva, lo hizo a las mariposas, a los fenómenos naturales, a Los Ángeles, al campesino, a las flores, al cantinero, a lo religioso etc. Me quedo corto en las perspectivas con las que miraba el maestro, las composiciones.

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