Por Bernardo Henao Jaramillo.
Columnista de Opinión.
El pasado domingo tuvo lugar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. El evento democrático terminó con sorpresa pues los guarismos y los vaticinios de las casas de apuestas daban por un amplio margen vencedor al santandereano. Empero, de conformidad con los veloces datos emitidos por la Registraduría Nacional, cuya credibilidad está bajo mínimos, Gustavo Petro obtuvo el 50.44% de la votación, alcanzando la victoria. Rodolfo Hernández consiguió el 47.31%. De un total de 22.658.670 votos el primero obtuvo 11.281.002 y el segundo 10.580.399. Una votación bastante alta por cierto. Resultado que si bien, por obvias razones, evitó la amenaza de “un estallido social”, exige serias reflexiones para orientar la redefinición de la trayectoria de las campañas, de las estructuras y de los hábitos políticos. La segunda vuelta electoral deja muchas dudas que no pueden quedar sin aclaración; la lección recibida debe impulsar a la ciudadanía a reforzar sus esfuerzos para construir una verdadera democracia política y social del país.
El procedimiento electoral dejó conocer sus fortalezas, pero también sus debilidades. Las deficiencias de origen impiden la total transparencia que debe rodear las elecciones.
Por otra parte, como se dice en el argot taurino, mirando el escenario desde la barrera, observamos que el «viejito» no estuvo a la altura de sus electores, algunas de sus acciones dejan aún más interrogantes sobre su intervención en este debate. Se sabía, por supuesto, que su propuesta de lucha contra la corrupción no contaba con apoyo en ciertos e influyentes círculos, pero un gran número de personas creyó que con él vendría un real cambio, sin embargo ocurrió que, llegado a segunda vuelta electoral, se “desapareció” de la escena dejando a sus seguidores estupefactos, procedió con rapidez a reconocer a su oponente como ganador y pese a las deficiencias observadas y los elementos de fraude denunciados por los escasos testigos designados y que obtuvieron la credencial, así como por los votantes, al parecer, el resultado electoral no lo impugnará. Y según el asesor Ángel Beccassino, publicista de la anterior campaña de Petro, Rodolfo Hernández no tiene ninguna intención de liderar la oposición.
En ese contexto Colombia ingresa en una dimensión desconocida a la que antecede un extraño disfraz de llamado a la unidad y a la celebración de un acuerdo nacional. La respuesta no se hizo esperar de parte de los consabidos chupa sangre, burócratas por excelencia, quienes respondieron de inmediato, ignorantes de que el marxismo, al día de hoy trasnochado y con mil fracasos a cuestas, no cambia, no quiere cambiar y los espera con su soga para ahorcarlos. ¿Qué futuro le espera a nuestro país?
Y, por supuesto, los que sí están por completo de fiesta y felices son los narcos, las disidencias de las Farc y desde luego el ELN. Después de conocer los medios utilizados por la campaña del Pacto Histórico para hacerse a la presidencia, quedó claro que la difamación y la calumnia fueron las armas de las que se valió para “quemar” a otros candidatos, que ofreció perdón social a peligrosos delincuentes, lo que trató de negar y, en fin, que hizo suya la frase de que el fin justifica los medios, de donde resulta inconcebible que ciertas fuerzas partidistas y de opinión corran a pedir su parte del pastel con saturada mermelada sin sonrojarse, menos aún, deteniéndose a pensar en la patria. La dignidad es un concepto del que carecen y, ciertamente, hoy por hoy dejada en el olvido.
Al analizar desprevenidamente lo ocurrido en el debate electoral, quizás, se pueda señalar que el “viejo” no estaba preparado para ser presidente y su candidatura nos dejó sin una opción más razonable. Debemos preguntarnos, por la forma en que terminó él su campaña, ¿será que había un acuerdo oculto?
En cuanto a los jóvenes, incomprensible resulta su posición. Bajo el lema de “cambio” que pregonaban no profundizaron en la gravedad del momento o tal vez fue su pereza mental la que les impidió leer, estudiar, informarse sobre lo que estaba pasando y lo que estaba por pasar y finalmente, pasó. A ojos vista estaba que no había “cambio positivo”. Cerebros lavados, como lo explica la neuróloga cubana hoy exiliada Hilda Molina.
¿Ingenuidad? o simplemente ignorancia, porque la educación al estilo de Fecode deja tanto por desear que terminaron como borregos votando todos por un “cambiazo”. ¿O quizás le vendieron sus almas al diablo por un bono?
Desde luego, no se puede dejar de mencionar al habilidoso expresidente Santos quien en 2014 se acercó a Petro y desde esa época venía con interés en recibir su apoyo para la malograda Paz. Es de suponer que aquél lo hizo exigiéndole el futuro respaldo a su aspiración, pero Iván Duque les venció en el 2018 y se trasladó el compromiso al 2022. Cabe recordar la astucia de Santos para vencer a Oscar Iván Zuluaga en la segunda vuelta de las elecciones del dos mil catorce, de las que siempre quedó en el ambiente el “robo” de las elecciones, por lo que se puede pensar hasta desvirtuarlo, que en igual sentido procedió e instruyó para hacerse ahora con la presidencia a favor de su candidato. El techo reiterado de la votación de Petro era de 8.500 000 votos, por lo que quedan demasiadas dudas de cómo logró sumar, en escasos 15 días, tres millones de votantes. Como diría el escudero Serpa “Mamola”.
El logro fue para el Pacto Histórico y desafortunadamente no creemos que sea más de lo mismo. Será el doble o el triple de lo mismo. Porque un pueblo, a pesar de estar advertido, se dejó engañar vil y tontamente. No le bastó con ver a media Venezuela, más de 7 millones de personas, atravesar este país. Unos se quedaron, otros siguieron su triste viaje. Si eso no los hizo reflexionar, no se ve qué pudiera hacerlo. La estupidez parece ser la constante.
Porque tampoco les fue suficiente enterarse de lo que está ocurriendo en Perú y Chile. Y, de Cuba, acaso saben algo de los más de 60 años de dictadura, del atraso, de la situación de los derechos humanos y libertades individuales en la isla. En fin, ahora solo nos queda la oposición, que desde luego es vital para alcanzar el equilibrio de los poderes públicos e impedir que sean tomados por esa doctrina difusa llamada petrismo.
En una democracia, es la oposición la que ejerce control y pone límites a los desafueros del gobierno. Y presenta alternativas. La estrategia del petrismo es dejar la oposición en cabeza del expresidente Uribe a quien se encargaron durante años de desacreditar. Esperan así restarle fuerza y credibilidad y seguir concentrándose en el antiuribismo como opuesto a sus ideas de «cambio».
En estos momentos difíciles es necesario un movimiento de oposición fuerte, conformado por personas con altos estándares de respeto a los valores y principios. Que tenga nuevos líderes, ojalá del sector empresarial. Este movimiento debe impulsar la defensa de las instituciones y de la agónica democracia colombiana. La oposición, claro está, no será desenfrenada ni violenta, como la que hicieron quienes alcanzaron el poder.
En esa oposición es claro que debe jugar destacado papel el partido Conservador, modernizándose, posicionando una nueva derecha con amplio espacio para los jóvenes. O también otros partidos o uno nuevo sin componendas ni lentejismo. La doliente sociedad civil lo reclama.
Finalizo reconociendo la patriótica y altruista posición del expresidente Álvaro Uribe Vélez al, como demócrata que es, aceptar la invitación que se le hiciera por Petro para dialogar. Pero, cuidado señor Expresidente con las intenciones de su contertulio, recuerde que entre tinieblas está Juan Manuel Santos, no olvide lo sucedido con el diálogo para el proceso de paz y las funestas consecuencias que estamos padeciendo por no haber hecho respetar la voluntad del pueblo Colombiano.
“No niego los derechos de la democracia; pero no me hago ilusiones respecto al uso que se hará de esos derechos mientras escasee la sabiduría y abunde el orgullo.” (Henry F. Amiel). Que Dios nos proteja y nos acompañe.