Por: Eduardo Padilla Hernández, abogado, presidente de Redvigila.
Un conocido sector social, malévolo, está empeñado en que la paz parezca un concepto abstracto, ininteligible, que sobrepasa todo entendimiento.
Ese componente social ha puesto un velo en el asunto para que el resto de la sociedad no entienda que la paz es como el agua, algo sencillo.
Debido a este palo en la rueda, diversas fracciones de la sociedad no han podido entender que la paz es todo lo verdadero, honesto, justo, puro, amable, de buen nombre, virtuoso, todo lo que es digno de alabanza como la vida y el amor.
Lo contrario a la paz es la codicia que destruye, roba y mata, porque no tiene límite moral.
Una víbora venenosa es menos peligrosa que la codicia.
Algunas serpientes tienen glándulas productoras de veneno falsas, escondiendo así las verdaderas, para engañar a la presa.
El mercado nacional está en manos de la codicia, y arrebatárselo es una proeza difícil, pero no imposible de realizar.
A raíz de todo esto, desde el origen de Colombia hay cuatro componentes que no han comprendido la naturaleza sencilla de la paz, y por eso hay una terrible pugna de dos siglos entre ellos; estos elementos son:
1. El pueblo.
2. La oligarquía.
3. Los grupos armados al margen de la ley.
4. Y la delincuencia común.
La historia de Colombia se inició con una costumbre inhumana, terrible, espantosa: Los oligarcas marcaban a las personas del pueblo (indios y negros) con hierros calientes, como si esos humanos fueran ganado bovino.
Luego, cuando algún grupo de negros o indios se rebelaban contra las injusticias de la oligarquía, eran acusados de brujos y, sin ningún juicio justo, los ataban a la hoguera, donde morían quemados vivos, en un ambiente de crueldad monstruosa.
Cualquier indicio de asociación popular era catalogado como pecado mortal.
Los nativos, que antes de la llegada de los invasores, eran los dueños de todo el territorio, ahora no tenían ni una pulgada de tierra donde sembrar una mata de yuca.
El conflicto social no es nada complejo ni difícil de entender, sencillamente tiene una causa especifica: expropiación, destrucción y homicidios.
El día que el Estado repare en su totalidad a los campesinos, devolviéndoles sus tierras, e implementando recursos económicos, técnicos y educativos, involucrando a las universidades, al Sena y al Banco Agrario, en un proceso cuyo resultado sea la producción a gran escala para el consumo interno y para exportación, entonces los campesinos, dedicados al trabajo honesto, no tendrán necesidad de seguir siendo engañados en actividades ilícitas, ni se rendirán ante la persuasión de las bandas criminales.
La juventud campesina, preparada en el marco de una educación con énfasis en la producción agraria, catapultaría de manera extraordinaria el futuro de Colombia.
Si esta meta se cumpliese, la sociedad colombiana gozaría de salud, de prosperidad y de amor sin límites. Esto es la paz.
En el Acuerdo Final de la Habana se pactaron unos compromisos que están plasmados en ese mismo documento.
Si se hace un inventario del contenido, los compromisos no se están cumpliendo, y si estos compromisos no se cumplen, entonces en Colombia no habrá paz.
En esto coincide el senador Julián Gallo Cubillos, vocero del Partido Comunes.
Los mismos firmantes del acuerdo dicen que no se está cumpliendo y que, por ende, hay que hacer un sub-acuerdo para incluir más actores del conflicto, lo que significa que la sociedad sigue en guerra.
Por consiguiente, se debe optar por una prórroga para hacer, que, durante ese intervalo inclusivo, se proceda a consumar los puntos que están establecidos en el Acuerdo de la Habana, los cuales permanecen ahí a la espera del cumplimiento.
Los proyectos de reformas del ejecutivo son agua fresca para la paz, pero …