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Reformar la educación, imperativo categórico del próximo Gobierno

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Por Rafael Rodríguez-Jaraba

Si bien las primeras acciones del próximo Gobierno deberán ser: Restituir el orden, la seguridad y la gobernabilidad en todo el territorio nacional; Recomponer las finanzas públicas; Reducir el tamaño del Estado; Acometer una reforma fiscal que provoque expansión económica y avance social; Recuperar la inversión extranjera; Estimular el empleo y reducir la informalidad; Abaratar y democratizar el crédito, y; Ejecutar una política de inversión en obras públicas con alto impacto social, no se puede ignorar que, lo que la nación requiere para marchar segura hacia el desarrollo, es una transformación social, y esta solo se logra en el mediano y largo plazo mediante la Educación.

Mientras que en Colombia no se modifique el contenido de la educación, imposible será, que se eleve el nivel cultural de su población, y que mejore su criterio selectivo y de exigencia, quedando condenada a que el sistema educativo le siga impartiendo tan solo conocimientos lineales -en su mayoría teóricos e inaplicables- y, descontextualizados de la realidad presente y la vivencia diaria, y lo peor, que siga siendo rebaño de fletadores de turbas.

La mayor debilidad humana es la falta de educación; y la mayor fortaleza, el conocimiento. La inversión en educación es directamente proporcional al desarrollo, e inversamente proporcional a la corrupción, el desempleo, la pobreza y la violencia. Y es que la educación formativa de los ciudadanos, es la simiente del desarrollo de una sociedad.

La educación fundamental integral promueve la racionalidad, forja el espíritu, ennoblece el carácter, modera la pasión, refrena los impulsos, imprime responsabilidad, despierta el emprendimiento, desarrolla las competencias, y hace más productivo el trabajo.

Además, la educación formativa determina la cantidad de desencuentros que surgen en la sociedad y, por ende, incide en el nivel de ocupación de la justicia, al punto que, el hacinamiento judicial y la congestión procesal en juzgados, tribunales y cortes, refleja el bajo nivel de educación de una sociedad.

En las sociedades civilizadas, la educación es la responsable de la conducta pacífica que mayoritariamente observan los ciudadanos, siempre y cuando, la educación que se imparta, sea, antes que informativa o enciclopedista, formativa, fundamental e integral. Con educación fundamental integral, se necesitan menos fiscales, jueces y cárceles, y más bibliotecas, laboratorios, museos y salas de conciertos.

Colombia requiere reconvertir su sistema educativo, de manera que sirva de medio de transformación y avance, y para lograrlo, se necesita promover la iniciativa privada, la libertad económica, la ética, la exigencia, la excelencia, la competencia, la formación para el trabajo productivo, la responsabilidad social empresarial y ambiental, y el respeto por el mercado.

También se requiere que la educación sea inmune a ideologías políticas y doctrinas partidistas, de manera que en ella solo sea admisible, la ciencia, la virtud y la sabiduría.

Si bien, modificar el enfoque y los objetivos de la educación en orden a mejorar el nivel cultural de la población es una tarea desafiante y descomunal, y, para realizarla es decisiva la acción del Estado, no debemos desistir del anhelo de realizarla, como tampoco, renunciar a seguir desarrollándola.

Lo deseable sería, que la educación se centre en la formación de las personas y sus competencias, y no solo en suministrarles datos e informaciones enciclopedistas de escasa aplicación y fácil olvido. La educación en Colombia, debería orientarse a forjar ciudadanos íntegros y responsables, con amplia capacidad de análisis objetivo y crítico, con visión de futuro, e interesados y comprometidos con el desarrollo sostenible de la nación.

Está probado que el desarrollo de la inteligencia humana es posible, al igual que lo es, la moderación de la conducta y el control de los impulsos primarios, por lo que la educación debería estimular la inteligencia emocional del individuo, para que afronte con valor y entereza los obstáculos y la adversidad, y se valga del reconocimiento de sus propios errores y desaciertos para adquirir experiencia y destreza.

Es imperativo que la educación promueva en la población, la integridad, la mesura y la sindéresis, e infunda en ella, respeto por el disenso y la diferencia, así como por la ciencia, la historia, la evidencia, la experiencia y la estadística.

Pero no, seguimos sin entender, que la educación es el cimiento del desarrollo y el progreso, y que en ella, debe primar la formación sobre la información; que requerimos maestros formadores y nos sobran profesores informadores; que durante el proceso educativo se debe sembrar ciencia y virtud en mentes y corazones y en ellos plantar la semilla del emprendimiento; que la formación debe infundir exigencia, excelencia y leal competencia; y, que, la erradicación de la ideología política en la labor docente, es un imperativo urgente y categórico.

Recordemos la sentencia de Federico de Amberes: “A ninguna nación le falta capacidad para progresar, lo que a muchas les falta es decisión para hacerlo”; luego agregó: “No hay mayor debilidad humana y causa de violencia, corrupción y pobreza, que la falta de educación”.

Es indispensable que el próximo gobierno haga una reducción sustantiva del gasto público, y sea selectivo en los programas de bienestar social, de manera que quienes se beneficien de ellos, no se acostumbren a la caridad y mejor, que se les ayude a incorporar al mercado, sin que esto implique, eliminar las ayudas para aquellos ciudadanos que no tienen posibilidades de obtener ingresos, bien sea por su edad, incapacidad o falta de educación, capacitación u oportunidades reales.

Debemos volver al modelo del gobierno eficiente y austero, en el que el gasto público sea el mínimo necesario y la inversión la máxima posible. En el que se pode la frondosa burocracia, y la exigencia y eficiencia sean condición para permanecer en ella.

Debemos elegir un gobernante que salve y reconstruya la democracia; que restituya el orden y la seguridad; que reduzca la intervención del Estado; que minimice y agilice los trámites; que racionalice los impuestos; que promueva el ensanche del sector productivo; que recupere la inversión extranjera; que persiga y castigue la elusión y la evasión; que disminuya el costo del dinero; que extirpe la corrupción, y; que la mayor inversión que se haga en su gobierno, sea en educación.

Sí, y así resulte difícil admitirlo, la elección de Gustavo Petro evidencia, el paupérrimo nivel educativo de cerca de la mitad de la población colombiana, así como la carencia de una mayor capacidad de análisis y reflexión de su opinión pública. De no ser así, no se entendería, cómo pudo llegar a la primera magistratura un sujeto que, además de torpe e incapaz, es incorregiblemente mentiroso, belicoso, resentido y disociador.

Lo anterior también demuestra que, en Colombia, la educación informativa y la nueva seudo educación basada en la posverdad o mentira emotiva -que es una distorsión deliberada de la realidad en la que prima las emociones y falsas creencias del mendaz frente a hechos objetivos con el fin de manipular la opinión pública e influir en ella a su favor- tienen supremacía sobre la educación formativa, única capaz de transformar y hacer culta y desarrollada a una nación.

De no modificarse el sistema educativo, Colombia seguirá estacionada en el subdesarrollo y no dejará de ser una nación inculta, corrupta y violenta, gobernada por ineptos, por anarquistas, por regresivos comunistas, y por cómplices del narco terrorismo.

Reformar la educación, será prevalente e imperativo para el próximo Gobierno.

*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado. Esp. Mg. LL.M. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Catedrático. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

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