Por: Rafael Rodriguez-Jaraba
Esta columna no es un plagio de la famosa obra del teatro español «El Burlador de Sevilla y convidado de piedra«, polémicamente atribuida su autoría a Tirso de Molina, la que narra la historia de don Juan, gran seductor y libertino que encanta, hechiza y burla a ingenuas e incautas damas y doncellas, pero al final, quedan al descubierto sus patrañas, artimañas y engaños.
No, esta columna es una ayuda de memoria de la seductora y vil perfidia de Juan Manuel Santos “El Burlador de la Democracia Colombiana y de los convidados de piedra”, quienes pronto advertimos su traición y engaño, las que no hemos olvidado y explican, la descomposición institucional que hoy padece Colombia.
Juan Manuel Santos «El Burlador«, ilusionó a Colombia con una paz justa, posible y definitiva, pero lo único que logró, fue traicionar a sus electores, violentar el orden constitucional, debilitar las instituciones y, premiar y gratificar a un puñado de viejos criminales, fatigados y cebados de delinquir, quienes lograron hacer de la paz un pasaporte a la más cínica y desvergonzada impunidad.
Santos malogró un mandato abrumador que recibió sin merecerlo de su antecesor, y engañó a millones de colombianos que, reconciliados con la institucionalización del país y la fe en el gobernante, votamos por la consolidación de la seguridad democrática, la cohesión social y la confianza inversionista.
Santos lo tuvo todo para reafirmar el rumbo democrático de la nación y fortalecer sus instituciones republicanas, pero su carencia de una visión prospectiva de Estado y de políticas coherentes para enfrentar los grandes problemas nacionales hicieron que, luego de seis años de culminado su gobierno, no se pueda mostrar resultado distinto, al de haber obtenido un espurio Premio Nobel de Paz a costa de halagar a la comunidad internacional, barnizar su imagen con el uso indelicado del erario, fletar corifeos internacionales, y neutralizar a medios y periodistas venales, mediante la asignación de millonaria pauta publicitaria estatal.
No hay duda que su mañosa estrategia, propia de un político utilitarista y no de un estadista inspirado en principios, valores y convicciones, lo llevaron a usar la paz como aglutinante de una sociedad hastiada de la violencia, obteniendo buenos réditos mediáticos, los que, para su infortunio, hoy se desvanecen ante el realismo de la cruda violencia que ahoga la esperanza y demuestra que, el narcoterrorismo no estaba, ni está dispuesto a someterse al Estado de Derecho y sí, a seguir exigiendo jugosas e inaceptables prebendas, y a perpetuar su criminal imperio cocalero.
Los bandazos y contradicciones de Santos, su vanidad extrema, la superficialidad de sus ideas, la dificultad extrema para transmitir su cambiante pensamiento, su personalidad sinuosa, ondulante y desleal, y su amor desmedido por los anuncios más que por los hechos, minaron y desmoronaron la confianza popular, y provocaron el repudio y condena que hoy experimenta la inmensa mayoría de los colombianos por su gobierno.
Y es que luego de seis años de concluido de su gobierno, Santos no puede mostrar una sola reforma que haya modificado la inercia social y económica de la nación.
Así lo demuestran sus perversas y bien fracasadas reformas a la Educación y la Justicia, así como la anarquía causada con sus regresivas Reformas Tributarias, que aumentaron el déficit fiscal, acrecentaron el desempleo, contrajeron la economía, ahuyentaron la inversión extranjera, premiaron los abusos del sistema financiero, y fomentaron la elusión y la evasión fiscal.
No siendo poco, El Burlador cínicamente ignoró el resultado del Plebiscito, el que demostró que la nación no quería ni quiere que se premie el crimen, se gratifique la fechoría, se violente el orden constitucional, se legitime la ilegalidad, se entronice la impunidad, los criminales legislen y gobiernen, y Colombia se convierta en otra narcocracia, como las de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
El triunfo del NO, que burló Santos, fue el triunfo de la razón y el derecho sobre la violencia y la impunidad, así como rotunda condena al crimen y, lo más importante, mandato imperativo para que el Gobierno rectificara el Acuerdo con las Farc, de manera que no fuera un acuerdo entre iguales, sino instrumento para regular el sometimiento de una banda criminal.
Pero Santos desconoció el querer mayoritario de los colombianos y, con el beneplácito de una Corte Constitucional politizada y de un Congreso postrado y edulcorado, violentó el orden constitucional, y traicionó la vocación y la tradición republicana de la nación.
Una cosa es buscar la paz y otra bien distinta es perdonar premiar y gratificar crímenes, y, además, convertir en legisladores a unos maleantes ignorantes, voraces e insaciables que solo querían una vejez sosegada y tranquila llena de privilegios, honores y holgura económica.
Repugna ver hoy tanta impunidad y que los más viles e infames delitos de lesa humanidad, hayan sido premiados con los restos de una hacienda pública expoliada por el gasto suntuario de un gobernante mesiánico, indecoroso e irresponsable, que solo consiguió lo que compró con los impuestos de los colombianos.
Causa indignación recordar la perorata de Santos y sus corifeos, entre ellos, Humberto de la Calle, Sergio Jaramillo, Roy Barreras y el cuestionado General Naranjo, cuando afirmaban que, en el proceso de paz no habría impunidad y que lo negociado no contravenía el Estatuto de Roma. Lo ocurrido demuestra todo lo contrario; la impunidad del mal llamado Proceso de Paz es desvergonzada, proverbial y constituye un desafío a la racionalidad y un insulto a la decencia nacional.
Lo ocurrido no se debe olvidar, y menos ante el desgobierno de Gustavo Petro que padecemos, máxime, si en algo menos de dos años, tendremos que definir nuestro futuro entre dos opciones: reconstruir la democracia y rectificar el camino para vivificarla, o entregarnos a la voluntad de un puñado de criminales sin ideas ni ideales, que secuestraron a un remedo de gobierno y tomaron como rehén a un presidente desleal y pusilánime, carente de dignidad y respaldo popular, cuyo perverso legado fue lo que permitió que Petro y su banda llegaran al poder.
Pero igual a como sucede al final de la famosa obra del teatro español “El Burlador de Sevilla y convidado de piedra”, Santos solo ha obtenido rechazo por engañar y burlar con su modelo de “Paz con Impunidad”, a ilusos, ingenuos e incautos, y por haber hecho de la voluntad mayoritaria de la nación, una convidada de piedra que al final despertó.
Con no poca razón, la historia recordará a Santos como insuperable traidor e indelicado dilapidador, como gestor de la mayor impunidad de la que se tenga noticia y como el gran seductor y depredador de la confianza pública, pero al final, descubierto, rechazado, repudiado y condenado por sus patrañas y engaños.
Que nadie se dude que, el responsable de la tragedia que hoy afronta la nación a manos del remedo de presidente que la desgobierna, es Juan Manuel Santos, “El Burlador de la Democracia Colombiana”.
*Rafael Rodríguez-Jaraba. Abogado Esp. Mag. Consultor Jurídico. Asesor Corporativo. Litigante. Conjuez. Árbitro Nacional e Internacional en Derecho. Catedrático Universitario. Miembro de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.