Por Rafael Nieto Loaiza
Nos fue muy mal en las pruebas PISA 2022. Colombia participa desde 2006 en estas evaluaciones, que cada tres años examinan en matemáticas, ciencias y lectura a estudiantes de 15 años en 81 países, lo que permite una mirada comparada que no se tiene con las pruebas Saber, las nacionales.
Los exámenes no miran conocimientos formales sino que evalúan si los estudiantes pueden “resolver problemas complejos, pensar críticamente y comunicarse de manera efectiva”, es decir, si tienen las herramientas para desempeñarse con éxito en la vida.
En matemáticas, 383 puntos, estamos muy por debajo del promedio de la OCDE (472), levemente por encima de Latinoamérica (373) y bajamos en relación con la última prueba en 2018 (391). De hecho, estamos apenas ligeramente por encima de los resultados del 2009 (381).
En ciencias, 411 puntos, también muy inferior en relación con la OCDE (485), por encima del promedio latinoamericano (399) y un punto por debajo de nuestros resultados en 2018 (412) y cinco en relación con el 2015 (416).
En lectura, 409, abajo del promedio de la OCDE (476), algo por encima de Latinoamérica (399), y tres puntos abajo del 2018 y del 2009 (412).
En general, los resultados de las pruebas son menores en relación con el 2018 para el promedio de todos los países y no solo para Colombia, una caída que se atribuye a que, por los confinamientos durante la pandemia, los estudiantes dejaron de asistir a la escuela. Una confirmación de la razón que nos asistía a quienes, en contra de la opinión de Fecode, pedíamos volver a la presencialidad tan rápidamente como fuera posible.
La pandemia, sin embargo, no explica los muy malos resultados de Colombia en las pruebas desde que participamos en ellas. Después de 2009, los resultados solo han tenido variaciones pequeñas, no significativas. y muestran que lo estamos haciendo mal, a pesar del esfuerzo presupuestal y a que desde 2015 el país gasta más en educación que en defensa y seguridad.
Hay conclusiones muy preocupantes de las pruebas. Una, que el conocimiento en matemáticas es desastroso: el 71% de los estudiantes no alcanza siquiera el nivel 2, es decir, no pueden ni siquiera interpretar y reconocer una situación simple como convertir a pesos una moneda diferente. El 69% de la OCDE puede hacerlo y también el 85% de los estudiantes de Singapur, Japón, Honk Kong yTaiwán. Y menos del 1% de los colombianos estuvo entre los mejores en matemáticas, niveles 5 y 6, mientras que ahí están el 9% de los estudiantes de la OCDE, 41% de los de Singapur, 32% de Taiwán y 23% de japoneses y coreanos.
Dos, en ciencias y lectura estamos apenas un poco mejor. El 51% de nuestros estudiantes no alcanza el nivel 2, muy por debajo de la OCDE (76% en ciencias y 74% en lectura), y solo el 1 por ciento está en los niveles 5 o 6 mientras que en la OCDE lo alcanzan el 7%.
Tres, nuestro sistema educativo no está cerrando la brecha socioeconómica. Los más desfavorecidos tienen resultados mucho peores que los que tienen mejores ingresos. En matemáticas, los estudiantes que están en el 25% de hogares con mejores ingresos superaron en 79 puntos en promedio a los del 25% inferior, una brecha estable desde 2012. Apenas 1 de cada 10 estudiantes del 25% inferior estuvo en el cuarto superior de rendimiento.
La situación económica de los padres sigue siendo el mejor predictor de resultados, con lo que se hace inocua la promesa que le hacemos a los jóvenes de que estudiar es la mejor herramienta de movilidad social. Por supuesto, el camino para resolver el desafío no es, como proponen algunos, eliminar la educación privada, a la que acuden los estudiantes de hogares más favorecidos. Eso sería nivelar por lo bajo y condenar a todos a una mala educación.
Ese es el meollo: más allá de suplir los problemas que tenemos en cobertura (la de cero a cinco años, la más importante de todas, es apenas del 30%, por ejemplo), nos urge educación de calidad.
En calidad, la clave son los maestros. Y los buenos maestros no son los que tienen más títulos o los que saben más, sino aquellos que sacan de sus estudiantes los mejores rendimientos. Es así, con base en los resultados de sus estudiantes, que debe evaluarse a los maestros.
Ocurre que en Colombia la calidad de los maestros de la educación pública, con excepciones, es muy mala, como lo prueban los resultados, y que, además, no se dejan evaluar (las “evaluaciones” de hoy son un chiste malo). Para rematar, el sistema público está en manos de FECODE, un sindicato que adoctrina y no educa, al que le importan un comino los estudiantes, que solo se preocupa por aumentar sus privilegios y cuyos directivos tienden a parecerse a una mafia. Se probará cuando alguien se atreva a meterle el diente al FOMAG, el fondo de pensiones del magisterio.